Lamentos de una amante

A Lover’s Complaint by William Shakespeare, aquí versión propia en español / English version:  http://shakespeare.mit.edu/Poetry/LoversComplaint.html

LOVES MARTYR OR ROSALINS COMPLAINT 1601

 

«Amor vincit omnia»
«Amor todo lo conquista»

Desde una colina cuyo cóncavo seno repite
Una quejumbrosa historia de un valle cercano,
Mi espíritu atiende a la armonía de una doble voz,
Y tendido considero la triste historia que entona.
De pronto veo una doncella inconstante y muy pálida
Rasgando papeles y rompiendo anillos en dos,
Azotando su mundo con lluvia y vientos de dolor. (7)

Sobre su cabeza un tocado tejido de paja
Protegía del sol un rostro en donde,
El pensamiento pensaría, alguna vez se mostró
El armazón de la belleza, ahora gastado y maltratado.
El tiempo no había segado lo que la juventud comenzó,
La juventud toda no había partido, sino que, a pesar de la furia del cielo,
Tras las rejas de la chamuscada edad alguna belleza asomaba. (14)

A menudo se llevaba un pañuelo a los ojos
En el que una imaginaria escritura se veía,
Lavando las figuras de seda en la salmuera
Que redondeaba en lágrimas un madurado dolor.
Y tan a menudo leía lo que contenía
Como a menudo gritaba descontrolados ayes
En clamores de todos los tamaños, agudos y graves. (21)

Por momentos sus ojos apuntaban al frente
Como si de cañones abatiendo las esferas se tratara.
Por momentos, desviadas sus pobres balas, terminan
En la órbita de la tierra. Por momentos extienden
Su vista rectamente y de pronto prestan sus miradas
A todos los lugares a la vez. Fijos sobre ningún lugar,
Mente y mirada, en confusión, vagan. (28)

Su cabello, ni suelto ni atado siguiendo ningún peinado
Proclamaba en ella una mano no atenta a lo vano:
Algunos, desasidos, caían desde el sombrero tejido
Y al lado de su pálida y apenada mejilla colgaban,
Otros en su entrelazado de hilo aún se guardaban
Y, fieles a su servidumbre, no romperían su puesto
Aunque fueron trenzados con suelta negligencia. (35)

Mil prendas de una cesta ella saca,
De ámbar, de cristal y de azabache incrustadas,
Que una a una arroja al río
Sobre cuya llorosa ribera ella se hallaba.
Como la usura, aplicando mojado a lo mojado,
O como la mano de un monarca que no deja caer la recompensa
En donde la miseria clama por más, sino en donde el exceso todo mendiga. (42)

Papeles escritos doblados tenía muchos
Que ella examinó, suspiró, rompió y entregó a la corriente.
Fracturó muchos anillos de oro y de hueso, con mensajes labrados,
Ordenándoles encontrar sus sepulcros en el barro.
Encontró aún más cartas tristemente escritas con sangre,
Unidas con cintas de seda y con empeño
Dobladas y selladas contra la secreta curiosidad. (49)

Las baña abundantemente en sus fluidos ojos,
Mucho las besa y entregada a las lágrimas
Exclama, «Oh, falsa sangre, registro de mentiras,
¡Qué reprochado testimonio sustentas!
¡La tinta nunca pareció más negra y maldita!»
Dicho esto, en la cima de la rabia aparta las líneas
Y con enorme furia destruye su contenido. (56)

Un hombre venerable que pastoreaba su ganado cerca,
—Alguna vez un fanfarrón que lances conocía
De la corte y de la ciudad, y que había dejado pasar
Las rápidas horas mirándolas volar—,
Se dirige veloz hacia esta afligida enamorada
Y, privilegiado por la edad la interroga,
En resumen, por las razones y motivos de su pena. (63)

Se acerca sobre su nudoso bastón apoyado
Y a prudente distancia de ella se sienta.
Él quiere que ella, una vez sentado a su lado
Con su audiencia comparta su agravio.
Que de él se pueda aprovechar algo
Que apacigüe su exaltado sufrimiento,
Lo promete la caridad de los años. (70)

«Padre», dice ella, «aunque en mí veas
La herida de muchas ruinosas horas,
Que no diga tu juicio que soy vieja.
No la edad, sino la tristeza, sobre mí reina.
Podría aún ser una flor que se despliega,
Fresca para sí misma, si hubiera practicado
El amor a mí misma y no a otro amor. (77)

«Pero ¡ay de mí! demasiado temprano accedí
A las demandas de un joven que quería ganar mis favores.
Oh, uno por natura en su exterior tan bien dotado
Que los ojos de las doncellas en su rostro quedaban atrapados.
Venus careciendo de morada hizo de él su hogar
Y cuando en sus bellas partes ella se entretuvo,
De una manera nueva fue alojada y de nuevo divinizada. (84)

«Sus cabellos castaños colgaban en curvos rizos.
Y cada casual brisa del viento
Sobre sus labios empujaba los mechones de seda.
Lo que es dulce de hacer, pronto encuentra quien lo haga.
Cada ojo que lo vio fue cautivado
Porque en su rostro estaba en miniatura
Lo que, en abundancia, pensamos en el paraíso sembrado. (91)

«Escasas muestras de hombre se veían en su barbilla,
Sus suaves plumas de fénix apenas aparecían
Como terciopelo sin cortar sobre esa piel sin edad,
Cuya desnudez superaba al tul que parecía llevar.
Aun así, por esta causa se mostraba su rostro más deseable.
Y quienes lo admiraban, vacilantes, dudaban
Si se veía mejor sin barba, o mejor estaba antes. (98)

«Era hermoso su carácter como su apariencia
Pues su dulce voz era suave y también franca.
Así, provocado por los hombres, era una tormenta
Como aquellas que se ven entre abril y mayo
Cuando los vientos respiran dulces, pero en desorden.
Así su rudeza, autorizada por su juventud,
Revestía lo falso con el orgullo de lo auténtico. (105)

«Bien podía cabalgar, y a menudo los hombres decían:
«Ese caballo toma su temple del jinete:
Orgulloso de ser llevado, noblemente dócil.
¡Qué rondas, qué saltos, qué marcha, qué paradas!»
Y comenzaba una controversia y a preguntarse
Si la excelencia del caballo era su obra
O debía él su éxito al corcel y a sus gracias. (112)

«Pero rápidamente veía el veredicto de su lado.
Su auténtico carácter daba vida y gracia
A adornos y atavíos,
Era completo por sí mismo, en su caso
Los ornamentos se embellecían en él,
Una vez agregados. La forzada elegancia
No dañaba su gracia, sino que él todo agraciaba. (119)

«Así, en la punta de su seductora lengua
Todo tipo de argumentos y profundas preguntas,
Todo intento de réplica y sólidas razones
Sabían despertar o dormir, tomar ventaja:
Hacer reír al que llora, llorar al que ríe.
Con lenguaje y diversas habilidades
Su diestra voluntad contagiaba las pasiones. (126)

‘Así reinaba él en general sobre los pechos
De jóvenes, de viejos, y ambos sexos encantados
Moraban con él en pensamientos, o permanecían
A su orden sujetos, siguiéndole a donde quiera.
Consintiendo hechizados, antes de él desear, entregados,
Adelantando por él lo que él diría,
Exigiendo a sus deseos obedecer su deseo. (133)

‘Muchos fueron los que se regalaban su imagen,
Para festejarla en sus ojos y dedicar a ello su mente.
Como tontos que en la imaginación se ponen
Los mejores objetos que aquí y allá encuentran,
Sean tierras y mansiones, haciéndolas suyas en pensamiento.
Y exprimiéndolas les prestan más placeres
Que los que el verdadero gotoso terrateniente obtiene. (140)

‘Tantas, que nunca tocaron su mano,
Dulcemente se creían dueñas de su corazón.
Mi penoso yo, que era libre,
Y mi propio completo dueño, no en partes,
Dados su joven entendimiento y joven experiencia
Arrojó mis afectos por su poder encantado,
Le entregó mi flor toda y reservó el tallo. (147)

‘Sin embargo, no hice yo, como otras,
Insinuaciones, ni me entregué a sus deseos.
Encontrándome a mí misma por mi honor advertida
Con segura distancia defendí mi honor.
Hice mías experiencias de otras, trincheras construidas,
Injurias recientes en donde se engastaba
Esta falsa joya y su ruinoso amor. (154)

‘Pero dime, ¿Qué mujer alguna vez huyó por advertencias
Del destino que para sí misma tiene reservado?
¿O qué ejemplos forzados, contra su propio deseo,
Han logrado sacar de su camino los peligros del pasado?
El buen consejo detiene solo un rato a quien no se detendrá,
Porque cuando ardemos los consejos parecen limitarnos
Y sirven para hacer los apetitos más obstinados. (161)

‘Ni le da satisfacción a nuestra sangre
frenarse por la experiencia de otros,
Prohibirse los dulces que tan buenos parecen
Por miedo a los daños que nos predican en nuestro favor.
¡Oh apetito, aléjate del juicio!
El que tiene un paladar necesitado gustará
Aunque la razón llore, y grite «tu final es este». (168)

‘Además, podría decir que este hombre es falso,
Que conocía los patrones de su inmundo engaño.
Escuché crecer sus plantas en los huertos de otras,
Vi cómo los engaños doraban su sonrisa.
Sabía de sus promesas, siempre en medio de la vergüenza,
Pensé que sus palabras no eran más que artificio,
Bastardos de su obsceno corazón impuro. (175)

‘Y por mucho tiempo defendí mi ciudad en estos términos,
Hasta que al fin comenzó el asedio: «Dulce doncella,
Ten por mi sufrida juventud algún sentimiento de lástima,
Y no temas mis sagrados votos.
Lo que a ti juro, a nadie he jurado antes.
Para fiestas de amor he sido llamado,
Pero a nadie hasta ahora ni he invitado ni cortejado. (182)

‘»Todas mis ofensas que a tu alrededor ves
Son pecados de la sangre, ninguna de la mente.
El amor no los cometió, son actuaciones en donde
Ninguna de las partes fue leal ni amable.
Ellas buscaron vergüenza y encontraron vergüenza.
Y así queda mucho menos vergüenza en mí,
Pues mucho de ella se queda en sus reproches. (189)

«Entre las muchas que mis ojos han visto
Ninguna la llama de mi corazón calentó,
Ni mi cariño ha sufrido alguna desventura,
Ni ninguno de mis ocios fue jamás hechizado.
Daño he hecho, pero nunca fui dañado.
Mantuve a mi servicio corazones, pero el mío era libre,
Y reinó al mando de su monarquía. (196)

‘»Mira aquí los obsequios que me han enviado,
Pálidas perlas y rubíes rojos como la sangre,
Imaginando que con ellos igual me entregan
Su pena y su rubor, que bien muestran
El blanco sin sangre y el carmín enmascarado.
Efectos son del terror y de la tierna modestia
Que acampa en sus corazones, simulando resistencia. (203)

‘»Y, mira, he aquí estas prendas de sus cabellos
Con curvos metales amorosamente manejados,
Las he recibido de muchas y variadas bellezas
Que, con lágrimas, me suplicaban su amable aceptación,
Sumando hermosas gemas enriquecidas,
Y profundos y meditados sonetos que ampliaban
La calidad de cada piedra, su naturaleza y su valor. (210)

«¿El diamante? Por qué era hermoso y duro,
Adónde tendían sus propiedades invisibles.
La esmeralda de color verde oscuro, en cuya fresca mirada
Las visiones débiles enmiendan su resplandor enfermizo.
El zafiro celestial y el ópalo mezclado
Con múltiples objetos. Cada una de las varias piedras,
Con ingenio bien blasonado, sonreía o hacía algún gemido. (217)

‘»Mira, todos estos trofeos de cálido afecto,
Oferta de pensativos y sometidos deseos,
La naturaleza me ordena que no los conserve
Sino que los entregue a quien yo mismo debo rendirme.
Esto es, a ti, mi origen y fin.
Ellos son, por fuerza, tus ofrendas,
Porque yo soy el altar, tú la santa Patrona. (224)

‘»Oh, entonces, adelanta tu mano, esa mano
Cuyo blanco inclina la balanza de aire del halago.
Toma estos trofeos bajo tu propio mando,
Bendecidos por suspiros de pulmones ardientes.
Yo, como tu ministro, debo obedecerte,
Obro bajo tus órdenes, y a tu auditoria someto
Reunidos en uno los diversos presentes: (231)

‘»Mira, esta prenda me la envió una monja,
Una santa hermana muy reconocida
Que en la corte evitó galanteos nobles.
Sus raras virtudes apocaban a las flores.
Ella era solicitada por los espíritus de más rango,
Pero mantuvo fría distancia, y en retiro, luego,
Pasó a vivir para el amor eterno. (238)

‘»Pero, mi dulzura, cuánto esfuerzo hay en dejar
Lo que no se tiene, en dominar lo que no reta,
En limitarse dentro de espacios abiertos,
En jugar mansamente en cárceles que no limitan.
Aquella, cuya fama habla por sí sola,
Escapa de las cicatrices de la batalla
Y hace valer su ausencia, no su fuerza. (245)

«¡Oh perdóname, mi jactancia es sincera!
El accidente que me llevó hasta sus ojos
En ese preciso instante la sometió a mí,
Y ahora ella quisiera volar del enjaulado claustro.
El religioso amor expulsó el ojo de la religión.
Para no ser tentada ella se había confinado,
Y ahora a toda libertad se entregaba por tentación. (252)

‘»¡Cuán poderosa entonces eres, oh, déjame decirlo!
Los corazones rotos que me pertenecen
Vaciaron sus fuentes todas en mi pozo,
Y yo el mío todo en tu océano lo vierto.
Yo mando sobre ellos, tú mandas sobre mí.
Tu victoria exige que los juntemos todos
En una mezcla de amor que cure del frío tu pecho. (259)

«Mis gracias encantaron a una monja sagrada,
Quien, disciplinada, ay, en dieta de gracias,
Convencida por sus ojos cuando el asalto inició,
Entregó todos los votos y consagraciones.
Oh poderoso amor, ni votos, ni promesas ni espacio
Son para ti aguijón, nudo o confín,
Porque siendo tú el todo, tuyo es el resto todo. (266)

«Cuando te arrebatas, ¿de qué valen los preceptos?
¿Las viejas historias? Cuando te inflamas,
Cuán fríos resultan los impedimentos
De la riqueza, del miedo filial, de la ley, de la familia, de la fama.
Los brazos del amor son paz, contra el dominio, el sentido, la vergüenza.
Y endulza, con los dolores y espasmos que causa,
El amargo de todos los choques, temores y fuerzas. (273)

«Ahora todos estos corazones que dependen del mío,
Sintiendo romperse, con gemidos sangrantes penan
Y suplicando sus suspiros hacia ti extienden
Para que abandones la batalla que contra mí haces,
Prestando suave audiencia a mis dulces intentos
Para que tu alma creyente a ese juramento fuerte
Prefiera y con mi promesa se comprometa». (280)

Dicho esto, bajó sus ojos vidriosos,
Cuyas miras hasta entonces apuntaban a mi rostro.
Cada mejilla era un río que corre desde una fuente,
Fluyó hacia abajo a buen ritmo la salada corriente.
¡Oh, cómo el cauce del arroyo le dio gracia!
Cual vidriera con puerta de cristal a las radiantes rosas,
Que inflama su tono, preso, a través del agua. (287)

‘Oh padre, ¡cuánta embrujada mentira hay
En la pequeña órbita de una sola lágrima!
Pero, cuando los ojos se inundan,
¿Qué rocoso corazón el agua no desgasta?
¿Qué pecho será tan frío que no se caliente?
¡Oh doble poder! caliente ira, fría modestia,
A ambos, tanto al fuego como al frío los vence. (294)

Porque mira, su pasión, hábil para el engaño,
También disolvió mi razón en lágrimas.
Entonces mi estola blanca de castidad arrojé
Y despedí a mis sobrios guardias y a mis miedos.
Apareciendo ante él como él aparece ante mí,
Derritiéndose todo. Aunque nuestras gotas difieren:
Las de él me envenenaron, las mías lo recuperaron. (301)

‘En él una plenitud de materia sutil
Aplicada con trampa recibe muchas extrañas formas,
De rubor ardiente o de agua que se lamenta,
O de palidez desvanecida. Y va y viene,
Adaptándose, como mejor le conviene:
Se sonroja ante discursos obscenos, llora ante las penas,
O se pone pálido y se desmaya ante la tragedia. (308)

‘Ningún corazón que se encontrara en su camino
Podría escapar de su puntería que todo lo hiere,
Mostrando dulce naturaleza, a la vez dócil y amable.
Y así, velado, él se gana a quien mutilaría.
En contra de lo que busca argumenta.
Cuando por lo que más desea, su lujuria arde,
Predica pureza y elogia la castidad, que es fría. (315)

‘Así, simplemente con el manto de la gracia
Al escondido y desnudo demonio cubrió,
Haciendo que la inexperiencia diera espacio al tentador
Que, como un querubín, se cernía sobre ellas.
¿Quién, joven y sencilla, no caería enamorada?
Ay de mí, yo caí, y sin embargo me pregunto
Si en iguales circunstancias no caería de nuevo. (322)

‘Oh infecta humedad de sus ojos,
Oh ese fuego falso que tanto brillaba en su mejilla,
Oh ese trueno forzado que de su corazón volaba,
Oh ese triste aliento que prestaban sus esponjosos pulmones,
Oh, ese movimiento prestado, que parecía suyo,
Traicionaría de nuevo a los traicionados,
Y pervertiría otra vez a la doncella arrepentida. (329)

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