La violación de Lucrecia

The rape of Lucrece by William Shakespeare, aquí versión propia en español / English version: https://shakespeare.folger.edu/shakespeares-works/lucrece/the-poem/

EL ARGUMENTO:

Lucio Tarquino, por su excesivo orgullo llamado El Soberbio, después de haber ordenado el cruel asesinato de su propio suegro Servio Tulio y, contrario a las leyes y costumbres de Roma, sin requerir ni esperar los sufragios del pueblo, haberse apoderado él del reino, ha emprendido acompañado por su hijo y otros nobles de Roma el asalto de la ciudad de Ardea. Durante este sitio los principales hombres del ejército, encontrándose una tarde en la tienda de Sexto Tarquino, hijo del rey, después de la cena comentaban cada uno las virtudes de sus propias esposas. Entre ellos está Colatino, adornando la incomparable castidad de Lucrecia, su mujer. Con tal ligero humor todos parten a Roma, prediciendo con su secreta y repentina llegada la prueba de lo que cada uno había afirmado antes. Pero solo Colatino encontró a su mujer, a pesar de lo avanzado de la noche, hilando rodeada de sus doncellas. El resto de las damas fueron halladas bailando y divirtiéndose, o en diversas distracciones, por lo cual los nobles reconocieron a Colatino la victoria y a su mujer, la fama. En ese momento Sexto Tarquino, inflamado por la belleza de Lucrecia aún supo suavizar su pasión, y partió con el resto de regreso al campamento, pero solo para enseguida alejarse secretamente y, de acuerdo a su real estatus, ser recibido y alojado por Lucrecia en Colatio. Esa misma noche él, tramposa y furtivamente, se introduce en su alcoba, la toma con violencia, y huye temprano en la mañana.

En este lamentable predicamento, Lucrecia envía de inmediato dos mensajes: uno a Roma a su padre, otro al campamento para Colatino. Ellos llegan, el uno acompañado por Junio Bruto y el otro por Publio Valerio, y encontrando a Lucrecia vestida de luto preguntan por la causa de su pena. Ella, tras tomar de ellos juramento de venganza, revela el actor y las fórmulas completas de su acto, y abruptamente se apuñala a sí misma. Visto lo cual, en un solo acuerdo todos votan expulsar de raíz la odiada estirpe de los Tarquino y, llevando el cadáver a Roma, Bruto informa al pueblo sobre la vil acción, agregando una amarga crítica contra la tiranía del rey que deja tan conmovido al pueblo que por aclamación general elige desterrar a los Tarquino, pasando el gobierno del estado de los reyes, a los cónsules.

♦♦♦

EL POEMA:

Desde la sitiada Ardea a toda prisa
Empujado por infames alas y falso deseo,
El lujurioso Tarquino deja el puesto romano
Y lleva hacia Colatio un velado fuego
Que, oculto tras pálida ceniza, acecha y aspira (5)
Oprimir con llama ardiente la cintura
Del puro amor de Colatino, la casta Lucrecia.

Tal vez el nombre de «casta» infeliz avivó
El filo no agotado de su agudo apetito,
Cuando el imprudente Colatino no dejó (10)
De alabar el inigualable rojo y blanco
Que triunfaba en el cielo de sus delicias,
Donde luceros mortales, brillantes como bellezas celestiales,
Luciendo pureza, cumplían para él deberes singulares.

Porque la noche anterior, él, en la tienda de Tarquino, (15)
Destapó el tesoro de su feliz estado,
Cuánta riqueza invalorable los cielos le habían prestado
Con la posesión de su bella compañera,
Cotizando su fortuna a tan orgullosa tasa
Que pueden los reyes desposar mayor fama, (20)
Pero ni rey ni par tan sin par dama.

¡Oh felicidad disfrutada solo por unos pocos
Que, tan pronto poseída, decae y termina
Como el rocío de plata que funde la mañana
Ante el sol y su dorado esplendor! (25)
Plazo expirado, cancelado apenas comenzado.
Honor y belleza, en los brazos de su dueño,
Son débiles fortalezas frente a un mundo de daños.

La belleza sola, por sí misma, convence
A los ojos del hombre, sin orador. (30)
¿Quién necesita entonces hacer apologías
Sobre aquello que es tan singular?
¿Y por qué fue Colatino quien publicó
La rica joya que debía permanecer desconocida
A oídos ladrones, como su bien más privado? (35)

Tal vez su alarde de la soberanía de Lucrecia 
Provocó a este orgulloso fruto de rey,
Porque a menudo corazones por oídos son tentados.
Acaso la envidia por cosa tan rica,
Que desafiaba comparación, con desdén picó (40)
Sus torvos pensamientos, que el inferior alardee
De la felicidad dorada que el superior quiere.

The rape of Lucretia 1616

Pero algún inoportuno pensamiento instigó
Su desesperada prisa, olvidando a estos:
Honor, asuntos, amigos, condición. (45)
Descuidándolo todo, rápido se aleja
A templar el carbón que arde en su hígado.
¡Oh falso y vivo calor, envuelto en helado remordimiento,
Tu temprana primavera estalla sin madurar primero!

Cuando a Colatio llegó este falso señor (50)
Fue bien recibido por la dama romana,
En cuyo rostro la belleza y la virtud se peleaban
Por ver quién sostendría mejor su fama:
Cuando la virtud se jactaba, la belleza enrojecía de vergüenza,
Cuando la belleza presumía de rubor, por despecho, (55)
La virtud lo manchaba con un blanco de plata.

Pero la belleza, para ese blanco autorizada
Por las palomas de Venus, desafía en ese justo terreno.
Entonces la virtud reclama a la belleza el rojo de la belleza,
Que la virtud entregó a la edad de oro para dorar (60)
Sus mejillas plateadas, y su escudo las llamó,
Enseñándoles cómo debe ser usado en la pelea:
Cuando la vergüenza ataca, el rojo debe cercar al blanco.

Este blasón se veía en el rostro de Lucrecia,
Sostenido por el rojo de la Belleza y el blanco de la Virtud. (65)
De uno u otro color la otra era reina,
Probando ambas sus derechos desde la infancia del mundo.
Sin embargo su ambición las hace mantenerse en pelea,
Y la soberanía de cada una es tan grande
Que asiento la una con la otra cambian a menudo. (70)

Esta guerra silenciosa de lirios y de rosas
Tarquino observa sobre el campo del hermoso rostro,
En sus castas filas su ojo traidor se encierra
Allí en donde entre ambas partes no muera
Y cobarde, cautivo vencido, se entrega (75)
A estos dos ejércitos que lo dejarían partir
Antes que triunfar ante tan falso enemigo.

Ahora él piensa que la lengua superficial del marido,
Esa prodiga y tacaña que tanto la alabó,
En la alta tarea ha hecho daño a una belleza (80)
Que excede de lejos la estéril habilidad que mostró.
Por lo tanto, a esas alabanzas que Colatino aún debe
El encantado Tarquino responde con pensamientos,
En silencioso asombro, con ojos que no cesan de mirar.

Esta santa terrenal adorada por este demonio (85)
Sospecha poco del falso devoto,
Porque los pensamientos sin mancha rara vez sueñan el mal.
Los pájaros nunca atrapados no temen arbustos secretos.
Así, sin culpa y confiada, de buen ánimo, ella da
Atenta bienvenida al príncipe invitado (90)
Cuyo interior, enfermo, en lo externo no expresa daño.

Para eso se tiñó él con su elevado linaje
Ocultando sus bajos instintos en pliegues de majestad.
Nada en él parecía fuera de orden,
A no ser, de pronto, una mirada demasiado maravillada (95)
Que, teniéndolo todo, no se complace con el todo,
Sino que, pobre rica, ansiosa en su abundancia,
Endulzada con mucho, ruega todavía por más.

Paolo Veronese, Lucretia stabbing herself c 1584 detail

Pero ella, que jamás enfrentó ojos extraños
No podía extraer sentido de sus expresivas miradas, (100)
Ni leer los sutilmente iluminados secretos
En los márgenes de cristal de tales libros escritos.
No habiendo tocado carnadas desconocidas no temía anzuelos,
Ni moralizar podía sobre su deseosa mirada.
No eran más que, a la luz, ojos abiertos. (105)

Él le cuenta a sus oídos sobre la fama de su esposo
Ganada en los campos de la fértil Italia
Y el alto nombre de Colatino cubre con elogios,
Glorioso por su varonil caballería,
Coronas victoriosas y armas bruñidas. (110)
Ella expresa su contento agitando sus manos en alto
Y, sin palabras, agradece sus éxitos al cielo.

Lejos del propósito que lo ha traído
Él presenta excusas por su llegada.
Nubes de violenta tormenta ni una sola vez (115)
Muestra el tiempo sobre el hermoso cielo,
Hasta que la negra noche, madre del pavor y del miedo,
Sobre el mundo sombría oscuridad exhibe
Y al día en prisión abovedada somete.

Entonces Tarquino es conducido a su aposento, (120)
Pretende cansancio y ánimo pesado
Porque después de cenar, largo ha conversado
Con la moderada Lucrecia y la noche así se agotó.
Ahora, el sueño de plomo lucha contra las fuerzas de la vida
Y todos al descanso ellos mismos se entregan, (125)
Excepto los ladrones, los desventurados y las mentes inquietas.

Como uno de ellos Tarquino yace y da vueltas
A los varios peligros que su deseo acerca,
Su voluntad resuelve obtener lo que desea
Aunque débiles esperanzas lo persuaden de abstenerse. (130)
La desesperación por ganar a menudo termina ganando,
Y cuando un gran tesoro está en juego,
Aunque venga con la muerte, no presumes la muerte.

Aquellos que mucho codician son tan ansiosos
Que por lo que no tienen, lo que poseen (135)
Esparcen y sueltan de su vínculo,
Y así, esperando lo más, tienen lo menos,
O, ganando más, la ganancia del exceso
No es más que sobrepeso, y tales penas enfrentan
Que caen en bancarrota al ganar tal pobre riqueza. (140)

El afán de todos es cuidar de la vida
Con honor, bienestar y alivio, en la edad menguante.
Y en este cuidado hay obstáculos tan frustrantes
Que empeñamos lo uno por el todo, o el todo por lo uno:
Como la vida por honor en plena rabia de la batalla, (145)
Honor por riqueza. Y a menudo esa riqueza cuesta
La muerte de todos, y todo, junto, se pierde.

Así, nos exponemos y abandonamos
Lo que somos por lo que esperamos.
Y esta ambiciosa y repugnante enfermedad, (150)
Teniendo lo mucho, nos atormenta dañando
Lo que tenemos. Entonces despreciamos
Las cosas que tenemos y, por imprudencia,
Hacemos nada de algo, por aumentarlo.

Un riesgo similar ahora enfrenta Tarquino (155)
Empeñando su honor a cambio de lujuria,
Y por sí mismo, a sí mismo se abandona.
Entonces, ¿Dónde queda la verdad si no hay confianza?
¿Cómo encontrará la justicia de extraños
Cuando él mismo a sí mismo se engaña y entrega (160)
A lenguas y calumnias, y a horribles y desastrosos días?

El rapto de Lucrecia vv. 1-14

Ahora llegó el momento de la alicaída noche
Cuando el pesado sueño cierra los ojos mortales.
Ninguna placentera estrella presta su luz.
Ningún ruido, salvo el grito de búhos y lobos, que presagia muerte, (165)
Pues es el momento en que pueden sorprender a los tontos 
Corderos. Los pensamientos puros duermen quietos,
Mientras la lujuria y el asesinato manchan y matan, despiertos.

Entonces este lujurioso señor salta de su cama
Lanzando brusco el manto sobre su brazo, (170)
Sacudido locamente entre deseo y temor.
El uno con dulzura halaga, el otro teme el mal.
Pero el honesto temor, embrujado por el encanto vil de la lujuria,
Demasiado a menudo es forzado a retirarse
Abatido por la mente alterada del rudo deseo. (175)

Cuidadoso golpea su espada sobre un pedernal
Haciendo saltar de la fría piedra chispas de fuego,
Enseguida enciende una antorcha de cera
Que de sus lascivos ojos será la estrella polar
Y artero a la llama le habla entonces: (180)
“Así como de esta fría piedra forjé fuego,
Así impondré a Lucrecia mi deseo.”

Entonces, pálido de temor, premedita
Los peligros de la repugnante empresa,
Y en su espíritu interno debate (185)
Las penas que pueden venir de esta acción.
Ahora mira con desdén y desprecia
La desnuda armadura de su lujuria carnicera
Y con justicia sus injustos pensamientos censura:

“Hermosa antorcha, apaga tu luz y no la prestes (190)
Para oscurecer aquella cuya luz a ti te excede.
Mueran, pensamientos impíos, antes de manchar
Con tu inmundicia lo divino.
Ofrece incienso puro a santuario tan puro
Y que la humanidad aborrezca lo que tiñe y mancha (195)
El modesto manto, blanco como nieve, del amor.

“¡Oh agravio al honor y a las armas relucientes!
¡Oh repugnante deshonra a la tumba de mi familia!
¡Oh acto impío que todos los daños contiene!
¡Hombre de guerra esclavo de pasiones blandas! (200)
El verdadero valor se debe al verdadero respeto.
Lo que divago es tan vil, tan bajo,
Que sobre mi rostro vivirá grabado.

“Sí, aunque muerto, el escándalo sobrevivirá
Como atrocidad sobre mi manto dorado. (205)
Y un tan aborrecible guion maquinará el heraldo
Para descifrar cuán profundo enloquecí,
Que mi posteridad, avergonzada,
Maldecirá mis huesos y sin caer en pecado
Deseará que yo, su padre, no hubiese sido. (210)

“¿Qué gano si gano lo que busco?
Un sueño, un soplo, la espuma de una alegría fugaz.
¿Quién compraría un minuto de risa por el llanto de una semana,
O vendería la eternidad por una chuchería?
Por una dulce uva, ¿Quién destruiría la viña? (215)
¿O qué tonto mendigo, por solo tocar la corona,
Se arriesgaría a ser aplastado por el cetro?

“Si Colatino sueña con mi intento,
¿No se levantaría y con rabia desesperada
Correría a prevenir este vil propósito, (220)
Este asedio que cerca su matrimonio,
Esta juventud manchada, esta pena para el sabio,
Esta virtud agonizante, esta imperecedera vergüenza,
Cuyo crimen cargará una culpa perdurable?

“Oh, ¿Qué excusa podrá mi invención imaginar (225)
Cuando me cargue con acción tan negra?
¿No temblaran mis frágiles miembros, enmudecerá mi lengua?
Mis ojos, ¿Olvidarán su luz? ¿Sangrará mi falso corazón?
La culpa siendo grande, mayor aun es el temor,
Y el temor extremo ni enfrentar ni huir puede (230)
Sino que, como cobarde, temblando de terror muere.

“Si acaso Colatino hubiera dado muerte a mi hijo o a mi padre
O tendido emboscadas para traicionar mi vida,
O no fuera él un querido amigo, este deseo
Tendría excusa para enfilar sobre su mujer, (235)
Como venganza o quita para tales ofensas.
Pero siendo mi pariente, mi querido amigo,
La vergüenza y la falta no encuentran excusa ni fin.

Raoul Hausmann, Tatlin vive en casa 1920

“Vergonzoso es, sí, si se conoce el hecho,
Odioso es. Pero no hay odio en el amar. (240)
Suplicaré por su amor. Pero ella no se pertenece.
Lo peor sería negar y censurar.
Mi voluntad es fuerte, mi razón, débil rechazándola.
Quien teme a un refrán o al dicho de un anciano,
Por una tela pintada se dejará intimidar.” (245)

Aún, sin gracia, sostiene la disputa
Entre la fría conciencia y el deseo ardiente,
Y con buenos pensamientos se dispensa
Sacando de lo peor del intelecto provechos
Que en un instante confunden y matan (250)
Todo efecto puro, y van tan lejos
Que, lo que es vil, muestran como acto de virtud.

Se dice: “Ella me tomó amablemente de la mano
Y buscó noticias en mis ojos ansiosos,
Temiendo malas nuevas de la guerra (255)
En donde su amado Colatino se enfrenta.
Oh, ¡cómo su temor hizo crecer el color!
Primero el rojo de las rosas tendidas sobre el lino,
Luego el blanco, como el lino cuando quitamos las rosas.

“Y cómo su mano, con mi mano entrelazada, (260)
Me forzó a temblar con su honesto temor,
Que la entristeció, y entonces la estrechó con fuerza
Hasta que supo del bienestar de su esposo,
Entonces sonrió con tan dulce ánimo
Que, si Narciso la hubiese visto allí de pie, (265)
El amor por sí mismo nunca lo habría ahogado.

“¿Por qué entonces voy tras maquillajes o excusas?
Los oradores enmudecen cuando la Belleza litiga.
Se arrepienten de sus pobres abusos los pobres infelices.
El amor no prospera en el corazón que teme las sombras. (270)
El cariño es mi capitán, y él manda.
Y cuando su llamativo estandarte se muestra,
El cobarde pelea y no se entrega.

“Entonces, temor infantil, ¡fuera! Vacilaciones, ¡mueran!
Respeto y razón, esperen por la arrugada edad, (275)
Mi corazón nunca desmentirá a mis ojos.
La pausa triste y la mirada profunda convienen al sabio.
Lo mío es la juventud, que las saca de escena.
El deseo es mi piloto, la belleza mi presa.
¿Quién teme hundirse en donde tales tesoros esperan?” (280)

Como trigo crecido entre malas hierbas, tan cuidadoso temor
Casi se sofoca ante la irresistible lujuria.
Afuera él se desliza con oído abierto a la escucha,
Lleno de avergonzada esperanza y lleno de recelosa desconfianza.
Ambas, servidoras de lo injusto, (285)
Se enfrentan en él con sus persuasiones opuestas,
Que de pronto votan una invasión, de pronto una alianza.

En sus pensamientos la imagen celestial de ella se sienta,
Y en el mismísimo asiento se sienta Colatino.
El ojo que la mira a ella confunde su juicio, (290)
El ojo que lo contempla a él, como más puro
Ante una vista tan falsa no se inclina,
Sino que con un puro llamado busca al corazón
Que una vez corrupto toma el peor partido.

Y entonces anima a sus agentes serviles, (295)
Quienes, halagados por el jocundo espectáculo de su líder,
Rellenan su lujuria como los minutos llenan las horas.
Y así como su capitán, así su audacia crece
Pagando un indigno tributo, mayor que el que se debe.
Por este deseo execrable conducido locamente (300)
El príncipe romano marcha hacia el lecho de Lucrecia.

Gregory Crewdson

Los cerrojos entre la cámara de ella y su deseo,
Uno tras otro forzados, retiran su tutela.
Pero, al abrirse, todos califican su mal,
Lo que lleva al furtivo ladrón a alguna consideración: (305)
El umbral de las puertas rechina para hacerse oír.
Las comadrejas nocturnas chillan al verlo allí
Y lo asustan. No obstante, se sobrepone al miedo.

A medida que cada involuntario portal cede el paso,
A través de pequeños respiraderos y recovecos del lugar (310)
El viento lucha con su antorcha para detenerlo
Y sopla el humo contra su cara,
Apagando la claridad entonces.
Pero su corazón ardiente, abrasado por el deseo,
Resopla hacia adelante otro viento que el fuego enciende. (315)

Y estando iluminado por la luz descubre
Un guante de Lucrecia, con su aguja clavada.
Lo toma del sitio en donde está
Y, agarrándolo, la aguja pincha su dedo
Como diciéndole: “Este guante, para trucos lascivos (320)
No está curado. Regresa sobre tus pasos a toda prisa.
Ya ves, los adornos de nuestra señora son castos.”

Pero estos pobres estorbos no logran detenerle.
Él, en el peor sentido, asume su rechazo:
Las puertas, el viento, el guante que lo ha retardado (325)
Él toma como prueba de cosas accidentales,
O como aquellos soportes que retienen la marca horaria
Deteniendo su curso con pausa prolongada
Hasta que su débito a la hora cada minuto paga.

“¡Bah!”, se dice, “A veces vemos cómo, al inicio, el tiempo (330)
Espanta con pequeñas heladas a la primavera
Para agregar mayor gozo a los tempranos días
Y dar a los huidizos pájaros más razón para cantar.
Padeciendo se paga el precio de cada cosa preciosa:
Ráfagas, piratas, bancos de arena y enormes rocas (335)
Atemorizan al mercader antes de desembarcar rico en su tierra.”

Ahora ha llegado hasta la puerta de la alcoba
Que cierra el cielo a sus pensamientos.
Apenas un pestillo flexible, sin más,
Lo separa del objeto bendito que busca. (340)
Pero de tal forma sobre él la impiedad ha obrado
Que comienza a rogar por su presa
Como si tolerar su crimen fuera deber del cielo.

Pero en medio de su plegaria infructuosa,
Habiendo solicitado del poder eterno (345)
Que sus viles ideas consigan esta bella belleza,
Y que puedan levantarse auspiciosas ante la hora,
Incluso ahí comienza y dice: “Yo debo desflorar.
Los poderes a quienes invoco aborrecen este hecho.
¿Cómo pueden entonces asistirme en el acto? (350)

“Por tanto, ¡Amor y Fortuna sean mis dioses, mis guías!
Mi voluntad se respalda con resolución.
Los pensamientos son sueños hasta que tienen efectos.
La absolución aclara el pecado más negro.
Se disuelve el frío del temor ante el fuego del amor. (355)
El ojo del cielo se ausenta, mientras la noche brumosa
Arropa la vergüenza que sigue al dulce goce.”

Man Ray

Dicho esto, su mano culpable tira del pestillo
Y con su rodilla abre la puerta de par en par.
La paloma que este búho nocturno quiere, duerme. (360)
La traición funciona antes que al traidor observes.
Se aparta quien ve a la serpiente que acecha.
Pero ella, que duerme profundo, no la teme,
Sino que yace a merced de su mortal aguja.

En la cámara perversamente acecha (365)
Y mira el lecho aún inmaculado.
Cerradas las cortinas, camina alrededor,
Dando vueltas a sus codiciosos ojos en la cabeza.
La alta traición extravía su corazón
Que da la consigna a su mano para apartar (370)
La nube que oculta la luna de plata.

Así como la claridad del ardiente y puntiagudo sol
Saliendo de una nube nos priva de la vista,
Así también, al correr las cortinas, sus ojos comienzan
A parpadear enceguecidos por una luz mayor. (375)
Sea el resplandor de ella tan brillante
Que los deslumbra, o un algo de supuesto pudor,
Cegados están y se mantienen cerrados.

¡Oh, de haber muerto en esa oscura prisión
Habrían visto pasar el momento del mal! (380)
Y de nuevo Colatino, al costado de Lucrecia,
En su limpia cama aún podría reposar.
Pero deben abrirse para matar esta unión bendita
Y, ante su vista, Lucrecia, la santa de pensamientos
Debe entregar el encanto de su mundo, su alegría y su vida. (385)

Su mano de lirio descansa bajo su rozada mejilla
Negando a la almohada un legítimo beso,
Que, por esto enojada, parece partirse en dos
Inflando cada lado para lograr su dicha.
Entre tales colinas su cabeza yace, (390)
Como un virtuoso monumento descansa
Para ser admirada por lascivos ojos impíos.

Fuera del lecho la otra hermosa mano descansaba
Sobre el verde sobrecama. Su blanco, perfecto,
Se mostraba como una margarita de abril sobre la grama, (395)
Con perlas de sudor semejantes al rocío de la noche.
Sus ojos, tales caléndulas, enfundaban la luz
Y, dosel en sombras, descansaban dulces
Hasta el momento en que, para adornar el día, se abrieran.

Su cabello, como hilos dorados, jugaba con su aliento, (400)
— ¡Oh modestia maliciosa, maliciosamente modesta! —
Mostrando el triunfo de la vida en el mapa de la muerte
Y la difusa mirada de la muerte en la mortandad de la vida.
Cada una en su propio sueño, ellas mismas tan embellecidas
Que es como si entre ellas no hubiera pelea, (405)
Sino la vida viva en la muerte, y la muerte en la vida.

Sus pechos, como globos de marfil rodeados de azul,
Un par de mundos vírgenes sin conquistar,
Salvo de su señor no conocían yugo
Y a él por juramento ellos fielmente honraban. (410)
Estos mundos en Tarquino nueva ambición alimentan
Y, como vil usurpador, viene a arrojar
De este hermoso trono al dueño.

¿Qué podía advertir que a su vez poderosamente no notara?
¿Qué notar que vigorosamente no deseara? (415)
Cuanto contemplaba adoraba firmemente
Y a su deseo se rendía su mirada obstinada.
Con más que admiración él admiraba
El azul de sus venas, su piel de mármol,
Los hoyuelos de nieve de su mentón, el coral de sus labios. (420)

Así como el siniestro león juega con su presa
Satisfecho el filo del hambre por la conquista,
Así sobre esta alma dormida Tarquino se frena.
Su furia de lujuria se limita con la mirada,
Reducida, no suprimida, porque a su lado, cerca, (425)
Sus ojos, que un instante retienen el motín,
A un caos mayor tientan a sus venas.

Y ellas, como esclavos dispersos que pelean por pillaje,
Duros vasallos, se aprovechan y toman cruel ventaja.
En la sangrienta muerte y en el rapto se entusiasman (430)
Y ni lágrimas de niños ni lamentos de madre respetan,
Sino que, infladas por su brío, esperan el ansioso ataque.
De pronto, regio timbre, el corazón palpitante
Da la voz de asalto y les manda hacer su gusto.

Su corazón palpitante anima a sus ardientes ojos, (435)
Sus ojos encomiendan la dirección a su mano,
Su mano, orgullosa de tal dignidad,
Humeante de soberbia marcha a tomar su puesto
Sobre el pecho desnudo, corazón de todo el territorio,
Cuyas filas de venas azules frente al avance de la mano (440)
Abandonan sus redondas torres, indigentes y pálidas.

Éstas, en asamblea reunidas en el tranquilo gabinete
En donde su querida gobernante y señora reposa,
Le hablan del terrible asalto
Y la asustan con la confusión de sus gritos. (445)
Ella, sorprendida, rompe el encierro de sus ojos,
Que, al asomarse a contemplar el tumulto,
Son reducidos y controlados por la ardiente llama.

Imaginemos a Lucrecia como una que en la muerte de la noche
Despierta de un pesado sueño por una fantasía espantosa (450)
En donde contempla algún terrible espíritu,
Cuyo aspecto siniestro le hace temblar cada miembro.
¡Cuánto terror siente! Pero ella está peor que eso,
Pues regresada del sueño claramente enfrenta
La vista que hace verdad el terror supuesto. (455)

Envuelta y confundida en mil miedos
Como un pájaro recién cazado, ella tiembla.
No se atreve a mirar, pero, al parpadear, aparecen
Visiones cambiantes, feas a los ojos.
Tales sombras son obra de un cerebro débil (460)
Que, molesto de que los ojos escapen de su luz,
En la oscuridad los espanta con terribles visiones.

La mano de él, que aún permanece sobre su pecho,
Máquina brutal para abatir tal muro de marfil,
Puede sentir su corazón que, pobre y afligido ciudadano, (465)
Hiriéndose él mismo de muerte, se levanta y se hunde,
Golpeando el seno que saquea esta mano.
Esto lo mueve a más rabia y a menos piedad
Para abrir la brecha y ocupar esta dulce ciudad.

Primero, como una trompeta su lengua comienza (470)
A decir un parlamento a su enemiga indefensa,
Quien, por sobre la blanca sabana muestra la muy blanca mejilla
Para conocer las razones de esta temeraria alarma,
Que él con gestos mudos busca mostrar.
Ella, con vehementes ruegos, interroga (475)
Bajo qué color se comete este daño.

Y él responde: “El color de tu rostro,
Que de ira hace palidecer al lirio
Y sonrojar a la rosa roja ante su propia desgracia,
Intercede por mí y cuenta mi historia de amor. (480)
Bajo ese color cometo este asalto
A tu nunca conquistada fortaleza. Tuya es la falta,
Porque esos tus ojos te traicionan en los míos.

“Así te prevengo si quieres reprenderme:
Tu belleza te ha entrampado esta noche (485)
Cuando tú, con paciencia, debes acatar mi deseo.
Mi voluntad te marca para mi terrenal deleite,
El cual con todas mis fuerzas he intentado sujetar.
Pero cuando reprimendas y razón lo contenían,
Por tu belleza brillante de nuevo crecía. (490)

“Veo las cruces que traerá mi intento,
Yo sé que las espinas defienden a la rosa en crecimiento,
Comprendo que a la miel la guarda un aguijón.
Todo esto, de antemano, la prudencia lo comprende.
Pero el deseo es sordo y no escucha amigos prudentes, (495)
Solo tiene ojos para mirar la belleza
Y adora cuanto ve, sea contra ley o deber.

“He debatido, aún en mi alma,
Qué mal, qué vergüenza, qué pena engendraré,
Pero nada puede controlar el curso de la pasión (500)
O detener la precipitada furia de su velocidad.
Yo sé que arrepentidas lágrimas seguirán a la acción:
Reproche, desprecio y mortal enemistad.
Aun así, me esfuerzo por abrazar mi infamia.”

Katherine Cornell, Lucrece on Broadway 1932 Time Magazine

Dicho esto, agita en alto su espada romana (505)
Que, como un halcón, se levanta en los cielos
Y acurruca al ave bajo la sombra de sus alas.
Con torcido pico amenaza: si te mueves, mueres.
Así, yace bajo la insultante espada
Indefensa Lucrecia, marcando lo que él dice (510)
Con tembloroso temor, como el ave escucha las campanas del halcón.

“Lucrecia”, dice, “esta noche debo gozarte.
Si te niegas, entonces la fuerza abrirá mi camino,
Pues me propongo destruirte en tu lecho.
Luego a alguno de tus esclavos sin valor asesinaré (515)
Para matar tu honor con la caída de tu vida,
Y en tus brazos inertes lo colocaré,
Jurando que lo maté viéndote abrazada a él.

“Así tu sobreviviente marido soportará
El desdeñoso peso de cada ojo abierto, (520)
Tus parientes inclinarán la cabeza ante este desdén,
Tu descendencia será empañada con una bastardía sin nombre.
Y tú, autora de su deshonra,
Verás tu pecado citado en rimas
Y cantado por niños en los tiempos que vengan. (525)

“Pero si cedes, seré tu amigo secreto,
La falta desconocida es como un pensamiento sin acto.
Por un gran bien, un pequeño daño
Pasa por un acto de política legal.
La mezcla venenosa algunas veces se compacta (530)
En un compuesto puro, que, aplicado,
En sus efectos purifica su veneno.

“Entonces, por tu marido y tus hijos,
Acepta mi demanda. No legues a su dote
Una vergüenza que de ellos nadie podrá retirar, (535)
La falta que nunca será olvidada.
Peor que la marca del esclavo o la señal del nacimiento,
Porque las marcas descritas en la cuna del hombre
Son fallas de Natura, no de su propia infamia.”

Ahora con el ojo asesino de una víbora (540)
Él se yergue y hace una pausa,
Mientras ella, imagen de la pura piedad,
Como el blanco ciervo bajo las afiladas garras de un grifo
Implora en un desierto en donde no hay leyes
A la severa bestia, que no conoce el amable derecho, (545)
Ni obedece más que a su grosero apetito.

Pero cuando la cara negra de una nube amenaza al mundo,
Tras su bruma las crecidas montañas se esconden
Y desde la oscura tumba de la tierra aparece una ráfaga dulce
Que dispersa los oscuros vapores, (550)
Dividiéndolos y estorbando su caída urgente.
Así su impía prisa ella retrasa con sus palabras
Y el irritado Plutón parpadea mientras toca Orfeo.

Aun así, como un infame gato nocturno se entretiene
Mientras bajo su rápida pata el débil ratón jadea. (555)
Su triste conducta alimenta la locura del buitre,
Abismo voraz que, aún repleto, desea.
Su oído admite plegarias, pero su corazón no concede
Acceso penetrable a sus lamentos. Las lágrimas endurecen
A la lujuria, aunque al mármol lo desgaste la lluvia. (560)

Los ojos que suplican están tristemente fijos
En los pliegues implacables del otro rostro,
La elocuente modestia entre suspiros se muestra,
Y estos agregan más gracia a su oratoria.
A menudo ella pone las pausas fuera de lugar, (565)
Rompiendo el acento en medio de una oración
Que, una vez comenzada, debe dos veces comenzar.

Ella lo conjura por Júpiter todo poderoso,
Por ser caballero, por la nobleza, por la amistad y su dulce voto,
Por sus repentinas lágrimas, por el amor del esposo, (570)
Por la santa ley humana y la común verdad,
Por el cielo y la tierra y todo el poder de ambos,
A que se retire a su cama prestada
Y se incline ante el honor, no ante el inmundo deseo.

Le dice, “No premies la hospitalidad (575)
Con tan negro pago como pretendes.
No enlodes la fuente que te dio de beber,
No estropees las cosas que no puedes reparar.
Termina tu mala puntería antes de terminar el tiro.
No es un cazador el que tiende su arco (580)
Para golpear fuera de estación a un pobre ciervo.

“Mi esposo es tu amigo, por él, perdóname,
Tú mismo eres poderoso, por ti, déjame,
Yo misma una debilucha, entonces no me atrapes.
Tú no luces como el engaño, no me engañes. (585)
Mis suspiros, como torbellinos, trabajan para alejarte.
Si alguna vez gemidos de mujer conmovieron a un hombre,
Con mis lágrimas, mis suspiros, mis quejidos, conmuévete.

“Todo lo cual junto como un océano revuelto
Golpea tu corazón de roca, amenazado de naufragio, (590)
Para ablandarlo con su continuo movimiento,
Pues las piedras por el agua se disuelven.
¡Oh, si tú no eres más duro que una roca
Disuélvete ante mis lágrimas y sé compasivo!
Que la suave piedad entre por la puerta de hierro. (595)

“Por semejante a Tarquino te alojé.
¿Asumiste su forma para avergonzarlo?
A toda la corte del cielo me quejo:
Has dañado su honor, herido su nombre de príncipe.
Tú no eres lo que pareces, y si lo eres, (600)
No pareces lo que eres: un dios, un rey,
Porque los reyes deben gobernar toda cosa, como dioses.

“¿Cómo crecerá tu ignominia con la edad
Cuando antes de tu primavera tus vicios brotan así?
Si como esperanza te atreves a tal ultraje, (605)
¿A qué no te atreverás como rey?
Oh recuerda, ningún agravio
Cometido por vasallo puede borrarse,
Así, las fechorías del rey no pueden enterrarse.

“Esta acción te hará a ti ser amado solo por temor, (610)
Pero los monarcas felices son temidos por amor.
Por fuerza tendrás que soportar a viles criminales
Cuando prueben en ti ofensas similares.
Aunque solo sea por temor a esto, retírate,
Porque los príncipes son la escuela, el libro, el espejo, (615)
En donde los ojos de los súbditos aprenden, leen, se miran.

“¿Quieres ser tú la escuela en donde la lujuria estudia?
¿Debe ella aprender de ti las lecciones de la infamia?
¿Serás tú el espejo en donde se reconozca
La autoridad para pecar, la garantía de la culpa, (620)
Para privilegiar el deshonor en tu nombre?
¿Prefieres el reproche al interminable elogio
Y hacer de la buena reputación una alcahueta?

“¿Tienes poder? Por aquel que te lo ha dado
Manda con corazón puro a tu rebelde voluntad. (625)
No saques tu espada para guardar la iniquidad,
Porque te fue prestada para acabar a su prole.
¿Cómo podrás cumplir con tu oficio de príncipe
Cuando, modelado por tu falta, el pecado puede decir
Que aprendió a pecar, y tú le enseñaste el camino? (630)

“Piensa en cuán vil espectáculo sería
Ver tu propio presente traspasado a otro.
Las faltas de los hombres rara vez a ellos mismos se muestran
Pues sus propias transgresiones ellos en parte sofocan.
En tu hermano, la misma culpa parecería valer la muerte. (635)
¡Oh, cuán envueltos de infamias están aquellos
Que miran sus propias fechorías de reojo!

“A ti, a ti llamo, con mis manos levantadas,
No a la seductora lujuria, tu temeraria confidente.
Pido el retorno de la majestad exiliada. (640)
Déjala regresar y retira esos corrompidos pensamientos.
Su verdadero respeto aprisionará el falso deseo
Y, limpiando la tenue niebla de tu enamorado ojo,
Hará que veas tu estado y el mío, lastimoso.”

Colin Smith as Tarquin and Betsy Rosen as Lucrece 2007

“Basta”, él exclama. “Mi incontrolable marea (645)
No regresa, sino que se hincha más por este obstáculo.
Las luces pequeñas se apagan pronto, los grandes fuegos quedan,
Y con el viento su furia se acrecienta.
Los pequeños riachuelos que pagan una deuda diaria
A su soberano de sal con sus frescas cataratas, (650)
Añaden a su flujo, pero no alteran su gusto.”

“Tú eres”, exclama ella, “un mar, un soberano rey,
Y, mira, dentro de tu ilimitado flujo caen
Negra lujuria, deshonor, vergüenza, desgobierno,
Que buscan manchar el océano de tu sangre. (655)
Si todos estos pequeños males cambian tu bien,
Tu mar en un vientre de fango se convierte
Y no podrá tu mar separarse del fango.

“Así estos esclavos serán rey, y tú su esclavo.
Tú noble envilecido, ellos, viles dignificados, (660)
Tú su hermosa vida, y ellos tu odiosa tumba.
Tú aborrecido por su vergüenza, ellos por tu orgullo.
Las cosas menores no deben esconder a las mayores.
El cedro no se comba al pie del insignificante arbusto,
Sino, más bien, se secan los bajos arbustos en la raíz del cedro. (665)

“Así que tus pensamientos, ruines vasallos de tu estado…”
“¡Basta!”, dice él. “¡Por el cielo, no te escucharé!
Cede a mi amor. Si no, un odio forzado,
En lugar del tímido toque del amor, te desgarrará groseramente.
Hecho esto, maliciosamente pretendo llevarte (670)
Hasta la cama de algún mísero esclavo
Para que sea tu socio en este desvergonzado destino.”

Dicho esto, con su pie apaga la antorcha
Porque luz y lujuria son mortales enemigos.
El crimen, doblado en ciega y disimulada noche, (675)
Cuanto menos a la vista, más tiraniza.
El lobo tiene a su presa. El pobre cordero llora
Hasta que, su voz ahogada en su propio blanco vellón,
En el dulce doblez de sus labios entierra su clamor,

Pues con el lino nocturno que ella lleva (680)
Él intenta asfixiar sus lastimosos clamores,
Refrescando su cara caliente en las lágrimas más castas
Que jamás modestos ojos derramaron con pesar.
¡Oh, que la tendenciosa lujuria manche tan pura cama!
Si el llanto pudiera purificar las manchas (685)
Lucrecia, perpetuamente, dejaría caer sus lágrimas.

Pero ahora ella ha perdido algo más querido que la vida
Y él ha ganado lo que de nuevo perdería.
Este forzado enlace genera una nueva contienda.
Esta momentánea alegría engendrará meses de pena. (690)
Este deseo ardiente se convierte en frío desdén.
La pura castidad ha sido saqueada en su fuente,
Y la lujuria, ladrona, más que nunca quedó pobre.

Mira, como el sabueso harto o el halcón saciado,
No propicios para el tierno olfato o el rápido vuelo, (695)
Dejan escapar o persiguen lento
La presa que por naturaleza los deleita,
Así a esta noche el excedido Tarquino se enfrenta.
Su delicioso gusto se indigesta,
Devorado su deseo por la vil voracidad. (700)

¡Oh pecado profundo que el orgullo sin fondo
Fragua en la imaginación inmóvil!
El ebrio deseo debería vomitar lo que traga
Antes de poder ver su propia creación.
Mas, mientras la lujuria domina, ninguna demanda (705)
Puede rendir su temerario deseo o contener su ardor
Hasta que ella a sí misma se agota, como un potro.

Tiziano, Violación de Lucrecia c. 1571

Y entonces con flacas y magras, descoloridas mejillas,
Pesados los ojos, paso sin fuerza y ceja fruncida,
El débil deseo, acobardado, pobre y manso, (710)
Como un mendigo insolvente llora su caso.
Cuando la carne manda, el deseo pelea con la gracia,
Porque hay fiesta, pero cuando desmaya,
El rebelde culpable ruega por compasión.

Así ocurre con este desatinado noble de Roma (715)
Que tan ardorosamente persiguió este provecho,
Porque ahora contra sí mismo pronuncia esta condena
Que a lo largo de los tiempos permanecerá sin honra.
Además, el templo de su alma está desfigurado
Y a sus débiles ruinas acuden tropas de inquietudes (720)
Para preguntar por la agraviada princesa.

Ella responde que sus súbditos en odiosa insurrección
Han derribado sus consagradas murallas
Y, por su falta mortal, conducida a detención
Su inmortalidad queda esclavizada (725)
A una muerte viviente y a perpetua pena.
A aquellos, por su clarividencia, ella controló siempre,
Pero su previsión no pudo prevenir su intención.

Con estos pensamientos él pasa a través de la oscura noche,
Vencedor cautivo que ha perdido en la ganancia (730)
Cargando con una herida que nada podrá sanar.
La cicatriz que, no importa la cura, permanecerá
Dejando su perplejo botín con gran dolor.
Ella soporta el peso de la lujuria que él dejó atrás
Y él, la carga de una mente criminal. (735)

Él como un perro ladrón tristemente se arrastra desde allí,
Ella como un cordero cansado jadea y allí yace.
Él frunce el ceño y se odia a sí mismo por la ofensa,
Ella, desesperada, con sus uñas se desgarra.
Él débilmente vuela, sudando con temor culpable, (740)
Ella se queda, quejándose a la horrible noche,
Él corre y reprocha su placer, desvanecido y detestable.

Él se retira como pesado penitente,
Ella permanece como un náufrago sin esperanza.
Él en su prisa busca la luz de la mañana, (745)
Ella ruega por nunca ver el día enfrente.
“Porque para el día”, dice, “los paisajes de la noche se abren,
Y mis fieles ojos nunca practicaron
Cómo ocultar las ofensas bajo el astuto ceño.”

“Ellos piensan que otros ojos no pueden sino ver (750)
La misma desgracia que ellos mismos observan,
Y por ello querrían quedarse en las sombras.
Que su pecado sin mostrar permanezca sin relato
Porque la culpa se revelará con el llanto,
Y grabará, como el agua corroe el acero, (755)
Sobre mis mejillas la desesperada vergüenza que siento.”

Ahora ella clama contra el reposo y el descanso
Y condena sus ojos en lo sucesivo a quedar ciegos.
Despierta a su corazón con golpes de pecho
Y le ordena saltar de ahí adonde pueda encontrar (760)
Algún pecho más puro para encerrar tan puro espíritu.
Y frenética de dolor exhala su rencor
Contra la noche y su secreta reserva.

La Violación de Lucrecia

“! Oh, Noche asesina del consuelo, imagen del infierno,
Registro oscuro y notario de la vergüenza, (765)
Negro escenario para asesinatos y tragedias,
Vasto caos que encubre el pecado, nodriza de la culpa,
Oscuro puerto de la infamia, ciega y sorda alcahueta.
Siniestra cueva de la muerte, conspiradora susurrante
Con la traición de muda lengua y el violador! (770)

“Oh odiosa, vaporosa y nublada Noche,
Ya que tú eres culpable de mi crimen sin remedio
Para ir contra la luz de oriente reúne tus tinieblas
Y haz la guerra al proporcionado curso del tiempo.
O, si le permites al sol trepar (775)
A su altura habitual, antes de que se vaya a la cama
Teje venenosas nubes alrededor de su dorada cabeza.

“Con fétida humedad corrompe el aire de la mañana.
Que este aliento insalubre enferme
La pureza de la vida, la suprema belleza, (780)
Antes de que su fatigado pinchazo llegue al mediodía,
Y que tus mohosos vapores marchen tan espesos
Que, en sus humeantes filas, su ahogada luz
Se ponga a la mitad del día y la noche se haga perpetua.

“Si Tarquino fuera la noche y no solo hijo de la noche, (785)
Mancharía a la reina de brillo plateado.
Y sus doncellas centelleantes, también profanadas,
A través del negro pecho de la noche ya no se asomarían.
Así compañeras en mi dolor yo tendría
Y compañía en la pena, que mitiga la pena (790)
Como la plática de los palmeros acorta la travesía.

“Pero ahora no tengo a nadie que se sonroje conmigo,
Que cruce sus brazos y deje caer su cabeza con la mía,
Que enmascare su frente y esconda su infamia
Sino que yo sola, sola me siento y languidezco, (795)
Con lluvias de plateada salmuera sazonando la tierra,
Mezclando mi charla con lágrimas, mi dolor con quejidos,
Pobres monumentos devastados de duraderos gemidos.

“Oh Noche, horno de sucio y apestoso humo,
¡No dejes al celoso día contemplar ese rostro (800)
Que bajo tu negro manto que todo lo oculta,
Pudoroso, yace martirizado por la desgracia!
Mantén siempre posesión de tu apagado lugar,
Y que todas las faltas que en tu reino se han cometido
Puedan al igual ser sepultadas en tu sombra. (805)

“No me hagas objeto de los cuentos del día.
La luz mostrará caracterizada en mi frente
La historia de la dulce castidad arruinada,
La impía quiebra del santo voto del matrimonio.
Sí, el analfabeto, que no sabe cómo (810)
Descifrar lo que está escrito en los libros,
Notará la asquerosa infracción en mi mirada.

“La nodriza contará mi historia para calmar a su niño
Y asustará al lloroso bebé con el nombre de Tarquino.
El orador, para adornar su oratoria, (815)
Juntará la vergüenza de Tarquino a mi reproche
Y en las fiestas los juglares, afinando mi infortunio,
Capturarán a los oyentes para que no pierdan línea
Contando cómo me ultrajó Tarquino, y yo a Colatino.

“Que mi buen nombre, esa reputación sin sentido, (820)
Por el querido amor de Colatino quede sin mancha.
Si de esto se hace tema de disputa
Se corrompen las ramas de otro tronco
Y un inmerecido reproche se reparte
A quien está tan limpio de mi culpa (825)
Como yo, antes de esto, para Colatino fui pura.

“¡Oh oculta vergüenza, invisible desgracia!
¡Oh inconsciente llaga, íntima cicatriz, cresta herida!
El reproche está grabado en el rostro de Colatino
Y el ojo de Tarquino puede leerlo a distancia, (830)
Cómo él en la paz, no en la guerra, fue herido.
Pobre, ¡Cuántos cargan tales golpes cobardes
Que no ellos mismos, sino el que los da, sabe!

“Si tu honor, Colatino, reside en mí,
De mí por violento asalto fue tomado. (835)
Mi miel se ha perdido, y yo, como una abeja-zángano,
Nada ha conservado de su verano
Por un ofensivo raptor robado y saqueado.
Una avispa vagabunda se arrastró en tu frágil colmena
Y libó la miel guardada por tu casta abeja. (840)

“Aun así, soy culpable de la ruina de tu honor.
Aun así, por tu honor lo entretuve.
Viniendo de ti, no podía yo regresarlo
Pues habría sido deshonor desdeñarlo.
Además, se quejaba de cansancio (845)
Y hablaba de virtud. ¡Oh, maldad inesperada
Cuando la virtud por semejante demonio es profanada!

“¿Por qué en el capullo virgen se introduce el gusano?
¿O en los nidos de los gorriones incuba el odioso cuco?
¿O con lodo envenenado infectan los sapos hermosas fuentes? (850)
¿O la tirana locura acecha pechos gentiles?
¿O sus propios preceptos rompen los reyes?
Ninguna perfección es tan absoluta
Que no la mancille alguna impureza.

“El anciano que en cofres mantiene su oro, (855)
Está plagado de calambres, gota y dolorosos ataques
Y apenas tiene ojos para contemplar su tesoro,
Pero, suspirando, como Tántalo se sienta
Y acumula inútilmente la cosecha de su ingenio,
No teniendo otro placer de su ganancia (860)
Que tormento por no poder curar así sus penas.

“Así, pues, él, no puede usar cuanto tiene
Y lo deja para que sus hijos lo manejen,
Y estos, en su exceso, ahora abusan del éxito.
Demasiado débil fue su padre y demasiado fuertes ellos (865)
Para mantener por mucho su maldecida-bendita fortuna.
Las dulzuras que deseamos devienen aborrecible acidez
Desde el momento en que las llamamos nuestras.

“Ráfagas rebeldes aguardan en la tierna primavera,
Malas hierbas echan raíces entre preciosas flores, (870)
Dulces pájaros cantan en donde la serpiente sisea,
La iniquidad devora lo que la virtud alimenta.
No poseemos bienes que podamos llamar nuestros
Sino que la Oportunidad, mal hallada,
O mata su vida o sus maneras. (875)

John Singer Sargent, Orestes pursued by the Furies

“¡Oh Oportunidad, grande es tu culpa!
Eres tú quien ejecuta la traición del traidor,
Tú pones al lobo en donde puede atrapar al cordero.
Quien sea planee el pecado, tú fijas la estación.
Eres tú quien desprecia el derecho, la ley, la razón, (880)
Y en tu sombría celda, en donde nadie lo espía,
Sientas al Pecado para que atrape a las almas que se acercan.

“Tú haces que la vestal viole su juramento,
Tú avivas el fuego que descongela la templanza,
Tú ahogas la honradez, tú asesinas la verdad. (885)
Tú vil cómplice, tú conocida canalla,
Tú descolocas el elogio y siembras el escándalo.
Tú violadora, tú traidora, tú falsa ladrona,
Tu miel se convierte en hiel, tu alegría en dolor.

“Tu secreto placer se convierte en abierta vergüenza, (890)
Tu banquete privado en ayuno público,
Tus suaves títulos en andrajosos nombres,
Tu lengua azucarada en amargo ajenjo,
Tus violentas vanidades no pueden perdurar.
¿Cómo es que, entonces, vil Oportunidad, (895)
Siendo tan mala, tanto te busca la gente?

“¿Cuándo querrás ser amiga del humilde suplicante
Y lo llevarás adonde pueda obtener lo que pide?
¿Cuándo ordenaras la hora para que cesen las grandes discordias,
O liberarás esa alma que la miseria encadena, (900)
Dando medicinas al enfermo, alivio al que sufre?
El pobre, el cojo, el ciego, se detiene, se arrastra, grita por ti,
Pero ellos, a la Oportunidad, no encuentran nunca.

“El paciente muere mientras el medico duerme,
El opresor se alimenta mientras el huérfano desfallece, (905)
La viuda llora mientras la justicia hace la fiesta,
La infección crece mientras la sensatez se entretiene.
No concedes un minuto para actos de caridad.
A la ira, envidia, traición, violación y furia asesina,
Como sus pajes, tus horas criminales esperan. (910)

“Cuando Verdad y Virtud necesitan de tu ayuda
Mil cruces las mantienen lejos de ti.
Compran tu auxilio, pero Pecado nunca paga.
Llega de gratis, y tú te muestras complaciente
Escuchando y concediendo lo que dice. (915)
Mi Colatino hubiera podido venir a mí
Cuando Tarquino lo hizo, pero se quedó contigo.

“Culpable eres de asesinato y de hurto,
Culpable de perjurio y soborno,
Culpable de traición, falsificación, impostura, (920)
Culpable de incesto, —esa abominación,
Y cómplice por tu propia inclinación
De todos los pecados pasados y futuros,
Hasta el juicio final, desde la creación.

“¡Tiempo deforme, compinche de la fea noche, (925)
Ligero y sutil correo, portador de horribles cuidados,
Voraz de juventud, de falsas delicias falso esclavo,
Bajo guardián de los dolores, caballo de carga del pecado!
¡Tú que alimentas todo y lo asesinas todo,
Oh, escúchame, injurioso y cambiante tiempo! (930)
Sé culpable de mi muerte, ya que lo eres de mi crimen.

“¿Por qué tu sierva, la Oportunidad,
Traicionó las horas que me entregaste para reposo,
Canceló mi fortuna, y me encadenó
Sin fecha de fin a penas sin fin? (935)
El oficio del Tiempo es terminar el odio de los enemigos,
Tragar los errores que siembra la opinión,
Preservar la dote de un lecho legítimo.

“La gloria del Tiempo es calmar a los reyes en contienda,
Desenmascarar la falsedad y traer luz a la verdad, (940)
Estampar el sello del tiempo en lo viejo,
Despertar el alba y velar de noche,
Equivocar al equivocado hasta volverlo correcto,
Arruinar los orgullosos edificios con tus horas
Y cubrir de polvo sus torres de reluciente oro, (945)

“Llenar con agujeros de gusanos los regios monumentos,
Alimentar el olvido con la decadencia de las cosas,
Tachar los viejos libros y alterar su contenido,
Arrancar las plumas de las alas a los viejos cuervos,
Secar la savia del roble viejo y fomentar la primavera, (950)
Estropear las antigüedades de acero forjado
Y dar vueltas a la caprichosa rueda de la Fortuna.

“Mostrar a la abuela las hijas de su hija,
Hacer del niño un hombre, del hombre un niño,
Matar al tigre que de la matanza vive, (955)
Amansar al león salvaje y al unicornio,
Burlar al intrigante engañándolo,
Animar al labrador con crecientes cosechas
Y con agua en pequeñas gotas desgastar las enormes piedras.

“¿Por qué haces daño en tu peregrinaje (960)
Si no puedes regresar a hacer las paces?
Un pobre minuto, de una época, que retires,
Te compraría mil veces mil amigos
Prestando sensatez a los que prestan a deudores malos.
¡Oh, si pudieras regresar una hora de esta pavorosa noche (965)
Podría yo prevenir esta tormenta y rehuir tu naufragio!

“Tú, incesante lacayo de la Eternidad,
Cruza con algún infortunio a Tarquino en su vuelo.
Idea extremos más allá de la extremidad
Para hacerle maldecir esta maldita noche criminal. (970)
Que espantosas sombras asusten sus ojos lascivos
Y que su terrible pensamiento, entregado al mal,
Forme un demonio informe y sucio de cada arbusto.

“Enturbia sus horas de descanso con trances sin descanso,
Aflige su cama con postrados sollozos. (975)
Que le sucedan lamentables desgracias
Que le hagan gemir, pero sin recibir por sus gemidos caridad.
Lapídalo con endurecidos corazones, más duros que piedras.
Y que las mujeres, suaves, pierdan para él su suavidad,
Y que le sean más salvajes que tigres en su selva. (980)

“Dale tiempo para arrancar sus rizados cabellos,
Dale tiempo para desvariar contra sí mismo,
Dale tiempo para desesperar con la ayuda del Tiempo,
Dale tiempo para vivir como esclavo aborrecido,
Dale tiempo para rogar por sobras a un mendigo (985)
Y tiempo para ver a uno que vive de limosnas
Desdeñar darle las sobras que desdeña.

“Dale tiempo para ver en sus amigos enemigos,
Y a los alegres locos burlarse de él a su costa.
Dale tiempo para marcar lo lento que va el tiempo (990)
En tiempos de pena, y cuán rápido y corto
Fue su tiempo de placer y su tiempo de juegos.
Y que por siempre su irrecuperable crimen
Tenga tiempo para lamentar el abuso del tiempo.

“¡Oh, Tiempo, tú tutor de lo malo y de lo bueno, (995)
Enséñame a maldecir a quien enseñaste a hacer el mal!
Que ante su propia sombra el ladrón enloquezca,
Cada hora él mismo buscando para él mismo el suicidio.
Solo tan miserables manos pueden derramar tan miserable sangre,
Porque, ¿Quién es tan vil para encargarse del oficio (1000)
De grosero asesino de esclavo tan envilecido?

“Nadie tan vil como él, que, viniendo de un rey,
Avergüenza sus esperanzas con actos degenerados.
En hombres poderosos, mayor poder tienen las cosas
Que engendran su odio o lo hacen honroso, (1005)
Pues grandes escándalos aguardan por grandes estados.
Cuando la luna se nubla enseguida falta,
Pero las pequeñas estrellas se ocultan cuando quieren.

“El cuervo puede bañar sus alas de negro carbón en fango
Y sin que se perciba lo sucio volar lejos, (1010)
Pero si el cisne de alas blancas como nieve desea igual
La mancha sobre su plumón plateado destacará.
El pobre mozo es noche ciega, glorioso día son los reyes.
Los mosquitos no se notan, no importa dónde vuelen,
Pero todos los ojos siguen al águila en su vuelo. (1015)

“¡Fuera, ociosas palabras, siervas de necios y tontos,
Infecundos sonidos, débiles árbitros!
Ocúpense en las escuelas que compiten en mañas,
Debatan donde el ocio sirve a aburridos debates.
Sean mediadoras de temblorosos clientes. (1020)
Para mí, yo no saco de argumentos más que paja,
Porque mi caso está más allá de la ley y su ayuda.

“En vano condeno a la Oportunidad,
Al Tiempo, a Tarquino, a la infeliz Noche.
En vano cavilo con mi infamia. (1025)
En vano desprecio mi confirmada desgracia,
No me ayuda este inútil humo de palabras.
El remedio que en verdad me haría bien
Sería dejar correr mi sangre corrupta y odiosa.

“Pobre mano, ¿Por qué te estremece este decreto? (1030)
Hónrate liberándome de esta vergüenza,
Porque si muero, vivirá mi honor en ti,
Pero si vivo, vivirás tú en mi agravio.
Ya que no supiste defender a tu real dama
Y temiste arañar a su malvado enemigo, (1035)
A ti misma mátate y a ella, por ser blandos.”

Giovanni la Franco, Il Suicidio di Cleopatra c. 1630

Dicho esto, salta desde el lecho en donde yace
A buscar algún desesperado instrumento de muerte,
Mas no siendo esto un matadero, no hay herramientas
Para hacer pasar más viento por su aliento, (1040)
Que, amontonado a través de sus labios, se desvanece
Como humo del Etna que en el aire se consume,
O como el vapor de un cañón descargado.

“En vano”, exclama, “vivo y en vano busco
Algún feliz medio para terminar una vida sin fortuna. (1045)
Temí ser asesinada por el puñal de Tarquino,
Ahora para el mismo propósito busco un cuchillo.
Pero cuando temí, fui una esposa leal.
Lo soy ahora… ¡Oh no, ya no puede serlo!
Porque Tarquino me arrebató ese aire fiel. (1050)

“Oh, aquello por lo que buscaba la vida se ha ido,
Por eso ahora no necesito temer morir.
Limpiar la mancha con la muerte, al menos agrega
Una insignia de fama a una librea calumniada,
Una vida muriente a una infamia viviente. (1055)
¡Pobre ayuda que no ayuda, el tesoro ya robado,
Quemar el inocente cofre en donde se hallaba!

“Bien, bien, querido Colatino, nunca conocerás
El sabor manchado de la lealtad violada.
Yo no maltrataré así tu fiel afecto, (1060)
Halagándote con un juramento quebrantado.
Jamás se verá crecer este bastardo.
El que ha contaminado tu linaje no se jactará
De que tú seas el cariñoso padre de su fruto,

“Ni sonreirá por ti en su secreto pensamiento (1065)
Ni por tu estado reirá con sus compañeros,
Pues tú sabrás que tu bien no fue comprado
Con oro, sino robado fuera de tus puertas.
En cuanto a mí, soy la dueña de mi destino,
Y mi pecado nunca será libre hasta que la muerte (1070)
Absuelva a la vida por mi forzada ofensa.

“No te envenenaré con mi mal,
Ni cubriré mi falta con limpias excusas acuñadas.
No pintaré la negra tierra de mi pecado
Para esconder la verdad de la falsa noche y sus abusos, (1075)
Mi lengua declarará todo, y de mis ojos, como esclusas,
Manantiales de montaña que alimentan un valle,
Correrán puras corrientes que purgarán mi historia impura.”

Con esto el lamento de Filomela había terminado
El bien afinado trino de su tristeza nocturna, (1080)
Y la noche solemne con paso lento y triste descendía
Hacia el horrible infierno, cuando, mira, el rubor de la mañana
Presta luz a todos los ojos que la luz toman prestada.
Pero la sombría Lucrecia se avergüenza ella misma de verse,
Y aun en la noche quisiera permanecer encerrada. (1085)

El revelador día a través de cada grieta espía
Y parece señalar adonde ella se sienta y llora.
Ella, sollozando, le dice: “Oh, ojo de ojos,
¿Por qué fisgoneas por mi ventana? No seas mirón.
Burla con el cosquilleo de tus rayos a ojos que duermen. (1090)
Con tu luz que penetra no marques mi frente
Pues nada tiene que hacer el día con lo que pasa de noche.”

Así cuestiona ella cada cosa que ve.
La verdadera pena se encariña y se irrita como un niño,
Que, una vez malcriado, con nada acuerda su ánimo. (1095)
Las penas viejas, no las nuevas, se manejan con dulzura:
Lo continuo amansa a las primeras, las otras, salvajes,
Como un nadador aficionado se sumergen y después
De mucho esfuerzo se hunden, faltas de destreza.

Suicidio de Lucrecia, Andrea Casali c. 1750

Así ella, sumergida en el fondo de un mar de cuidados, (1100)
Con cada cosa que ve se sostiene en disputa
Y con la propia pena toda pena compara.
No hay objeto que la fuerza de su ira no aumente
Y cuando uno cambia, otro aparece.
A veces su dolor es mudo, no tiene palabras, (1105)
A veces es loco y mucha habla.

Las aves que entonan en la mañana su alegría
Molestan su llanto con su dulce melodía,
Pues busca la alegría acabar con el enojo
Y las almas tristes mueren si es feliz la compañía. (1110)
El dolor solo mejora con el dolor reunido,
La verdadera pena se siente plena
Cuando con sus iguales simpatiza.

Ahogarse en la costa es doble muerte,
Quien suspira frente a la comida suspira diez veces. (1115)
Ver el ungüento hace más dolorosa la herida,
Las grandes penas se apenan frente a la cura.
Los males profundos avanzan como un gentil flujo,
Que, detenido, desborda su cauce.
Una pena que se dilata no conoce ley ni límites. (1120)

“Ustedes, pájaros burlones”, exclama, “entierren sus cantos
Dentro del bulto emplumado de sus pechos
Y sean sordos y mudos para mis oídos.
Mi intranquila discordia no quiere parar ni descansar,
Una anfitriona en lágrimas no admite alegres invitados. (1125)
Disfruten sus ágiles notas con oídos que se agraden,
La desazón prefiere la tristeza cuando es tiempo de lágrimas.

“Ven, Filomela, con tu canto de violación,
Con mis cabellos desgreñados teje tu triste arboleda.
Así como la húmeda tierra tu languidez llora, (1130)
Así yo deslizaré una lágrima con cada triste nota
Y con profundos suspiros sostendré el diapasón.
A modo de lamento sin cesar canturrearé Tarquino
Mientras tú hábilmente sobre Tereo improvisas.

“Y mientras contra una espina ejecutas tu parte (1135)
Para mantener despierta tu afilada pena, desdichada yo,
Para imitarte bien, contra mi corazón
Fijaré un afilado cuchillo que mis ojos espanten,
Pues, si pestañean, caen y mueren.
Estos medios, como los trastes de un instrumento, (1140)
Entonarán nuestros corazones con la pena verdadera.

“Y ya que, pobre ave, durante el día no cantas
Por vergüenza a ser por otro ojo contemplada,
Algún oscuro y profundo desierto alejado del camino
Que no conozca el calor ni el gélido frío, (1145)
Encontraremos, y allí desplegaremos tristes tonadas
Que cambien el carácter de las fieras salvajes.
Y ya que los hombres son bestias, las bestias sean espíritus amables.”

Como el pobre ciervo, espantado, se detiene, mira,
Y salvaje determina qué camino tomar, (1150)
O como el que rodeado por un tortuoso laberinto
No logra encontrar fácilmente el camino,
Así ella contra ella misma se amotina.
Vivir o morir, cuál de los dos es mejor
Cuando la muerte es reproche y vergüenza la vida. (1155)

“Suicidarme”, se dice, “Por Dios, ¿Qué seria
Sino contaminar con mi cuerpo mi pobre alma?
Con más paciencia soportan los que han perdido la mitad
Que aquellos que en la confusión pierden el todo.
Despiadada es aquella madre que, (1160)
Teniendo dos dulces bebés, cuando la muerte toma uno,
Quisiera asesinar al otro y ser nodriza de ninguno.

“Mi cuerpo o mi alma, ¿Cuál era el más querido
Cuando el uno es puro y la otra divina?
¿Cuál de los dos amores me era más cercano (1165)
Cuando ambos se guardaban para el cielo y Colatino?
Ay de mí, si levantas la corteza del elevado pino
Sus hojas se marchitan y se pudre su savia,
Cuando se retire su corteza así será con mi alma.

“Su casa ha sido saqueada, su reposo interrumpido, (1170)
Su mansión abatida por el enemigo,
Su templo sagrado rebajado, estropeado, corrupto,
Groseramente empapado de atrevida infamia.
Entonces que no se llame impiedad
Si hago un hoyo en esta fortaleza profanada (1175)
A través del cual escape mi turbada alma.

“Sin embargo, no moriré hasta que mi Colatino
Haya escuchado la causa de mi prematura muerte,
Para que en esta triste hora jure
Venganza sobre el que detuvo mi aliento. (1180)
Mi sangre impura lego a Tarquino,
La cual, dañada por él, será derramada por él,
Y a su cuenta escribo en mi testamento:

“Mi honor lo cedo al cuchillo
Que hiera mi deshonrado cuerpo. (1185)
Es honor privar una vida deshonrada:
El primero vive, muere la otra.
Así, de las cenizas de la vergüenza crecerá mi fama,
Porque con mi muerte asesino al vergonzoso desprecio
Y muerta mi vergüenza, mi honor nace de nuevo. (1190)

“Querido señor de esa querida joya que he perdido,
¿Qué legado te cederé a ti?
Mi resolución, amor, será tu palma
Por cuyo ejemplo debes tomar venganza.
Cómo debe ser tratado Tarquino, léelo en mí. (1195)
Yo misma, tu amiga, me asesinaré yo misma, tu enemiga,
Y, por mí, ocúpate igual del falso Tarquino.

“Este breve resumen hago de mi voluntad:
Mi alma y cuerpo a los cielos y a la tierra,
Mi resolución, esposo, tómala. (1200)
Mi honor sea del cuchillo que abra mi herida,
Mi vergüenza sea para el que ultrajó mi fama
Y todo lo que viva de mi gloria sea
Para aquellos que viven y, de mí, mal no piensan.

“Tú, Colatino, vigilarás que se cumpla esta voluntad. (1205)
¡Así verás cómo fui tomada!
Mi sangre lavará la calumnia de mi mal,
El justo final de mi vida liberará la mala acción de mi vida.
No desmayes, desmayado corazón, sino exclama fuerte: “Así será.”
Entrégate a mi mano, mi mano te conquistará. (1210)
Muerto tú, ambos mueren y vencen ambos.”

James Ensor, Squelette arretant masques 1891

Cuando este triste plan de muerte estuvo fijado
Y enjugadas las saladas perlas de sus brillantes ojos,
Con lengua desafinada y voz ronca llama a su doncella
Que se apresura a su ama con rápida obediencia, (1215)
Pues el deber, con alas ligeras, vuela como el pensamiento.
Las pobres mejillas de Lucrecia a la doncella parecen
Prados en invierno, cuando el sol derrite sus nieves.

Saluda a su ama con un recatado buen día,
Su lengua es suave y lenta, clara marca de modestia (1220)
Y asume un aspecto triste, como la pena de su señora.
Por qué su rostro viste la librea de la pena
No tiene la audacia de preguntar,
Por qué sus dos soles estaban así eclipsados por nubes,
Ni por qué se empapaban de dolor sus hermosas mejillas. (1225)

Así como llora la tierra cuando el sol se pone
Y cada flor se humedece como un ojo que se funde,
Así con gruesas lágrimas la doncella moja
El círculo de sus ojos, empujada por simpatía
Hacia aquella bella puesta de soles en el cielo de su señora, (1230)
Los cuales, en un océano de ondas saladas, ahogan su luz,
Haciendo llorar a la criada como el rocío a la noche.

Por un instante estas lindas criaturas semejan
Conductos de marfil llenando cisternas de coral.
Una llora con razón, la otra sin causa, (1235)
No otra que acompañar en su caída esas gotas.
Este dulce sexo a menudo se inclina a llorar,
Se aflige imaginando el mal de los demás
Y entonces se anegan sus ojos, o sus corazones se rompen.

El alma de los hombres es mármol, el de las mujeres, cera, (1240)
Por lo tanto se forman como el mármol quiere.
Débiles, oprimidas, extraños tipos de impresión
Por fuerza, por fraude o por maña aparecen en ellas.
Entonces no las llamemos autoras de su mal,
No más que a la cera la pensemos mala (1245)
Porque la semblanza del diablo lleve estampada.

Su suavidad, como una generosa campiña
Se abre toda al pequeño gusano que se arrastra.
En los hombres, como en una ruda maleza, permanecen
Guardados en cavernas males que oscuramente duermen. (1250)
A través de muros de cristal los pequeños granos asoman.
Los hombres pueden cubrir crímenes con miradas audaces y severas,
Mientras los rostros de las mujeres son libros de sus propias faltas.

Nadie arremeta contra la flor marchita,
Sino contra el rudo invierno que asesinó a la flor. (1255)
No lo devorado, sino lo que devora,
Merece censura. Oh, no se tomen a mal
Las faltas de las mujeres, tan manchadas ellas
Del abuso de los hombres. Esos orgullosos señores
Que convierten a las mujeres en inquilinos de sus vergüenzas. (1260)

El precedente lo tenemos a la vista con Lucrecia,
Amenazada de noche bajo duras circunstancias
De muerte inmediata y, por la vergüenza que pudiera seguir
A su muerte, culpable de hacer daño al esposo.
Tal era el peligro que enfrentaba su resistencia (1265)
Que un temor mortal se expandió a través de su cuerpo,
Y ¿Quién no abusa de un cuerpo muerto?

En esto, la modesta paciencia hace hablar a Lucrecia
Al pobre remedo de sus quejas:
“Hija mía”, le dice, “¿por qué razón viertes tú (1270)
Esas lágrimas que llueven sobre tus mejillas?
Si es para sustentar mi pena,
Sabrás, mi niña, que esto poco aprovecha a mi ánimo.
Si las lágrimas ayudaran, las mías propias lo habrían hecho.

“Pero dime, muchacha, ¿Cuándo partió…”, y deteniéndose (1275)
Hasta después de una profunda queja, “…Tarquino de aquí?”
“Señora, antes de levantarme”, respondió la criada,
“Podemos quejarnos de mi perezosa negligencia,
Sin embargo, puedo dispensar mi falta:
Me levanté antes del amanecer, (1280)
Y, antes de que me levantara, había partido Tarquino.

“Pero, señora, si tu criada puede atreverse,
Preguntaría para conocer la causa de tu desazón.”
“¡Oh, silencio!”, responde Lucrecia, “Si pudiera ser dicho,
La repetición no la haría menor, (1285)
Porque es más de lo que puedo expresar bien
Y esta profunda tortura puede llamarse infierno,
Cuando se siente más de lo que uno puede narrar.

“Ve y trae acá papel, tinta y pluma…
Pero, ahórrate el trabajo, todo lo tengo aquí, (1290)
¿Qué puedo decir? Ordena que uno de los hombres de mi esposo
Esté listo para llevar de inmediato
Una carta a mi señor, a mi amor, mi bien.
Ordena que rápido se prepare a llevarla.
La causa requiere prisa, y será pronto escrita.” (1295)

Su doncella se ha ido y ella se prepara a escribir,
Primero flota con su pluma sobre el papel.
El orgullo y la pena pelean un ansioso combate,
Lo que la sensatez establece, lo borra el pensamiento:
Esto es demasiado raro, lo otro muy rudo o malo. (1300)
Muy parecidas a una apretada multitud ante una puerta
Sus muchas invenciones pelean por salir primero.

Por fin comienza: “Tú digno señor
De esta indigna esposa que te saluda,
La salud sea contigo. Concédeme el favor, (1305)
Si aún, amor, quieres ver a tu Lucrecia,
De venir a la brevedad y visitarme.
Así me encomiendo desde nuestra casa en pena.
Mis angustias son muchas, aunque mis palabras sean breves.”

Ahora dobla ella lo que contiene su congoja, (1310)
Su verdadero sufrimiento escrito con titubeo.
Colatino conocerá de su dolor por esta corta nota,
Pero no el verdadero carácter de su dolor.
Ella, antes de manchar con sangre su manchada excusa,
No se atreve a permitir descubrimientos,
No sea que él los considere como propios y graves abusos, (1315)

Además, ella atesora la vida y sentimiento de su pasión
Para gastarla cuando él esté cerca para escucharla,
Cuando suspiros y quejas y lágrimas den gracia
A su desgracia, mejorándola y así limpiándola (1320)
De las sospechas que pueda abrigar el mundo.
Para evitar manchas, ella no mancha la carta
Con más palabras, antes que la acción las haga mejor.

Ver tristes vistas conmueve más que escucharlas
Porque entonces el ojo traduce al oído (1325)
El pesado movimiento que contempla.
Cuando cada parte por su parte trata con la pena
No escuchamos más que la pena por partes.
Los sonidos profundos hacen menos ruido que los superficiales
Y el dolor mengua cuando sopla el viento de las palabras. (1330)

Su carta está ahora sellada, y sobre ella escribe:
“Para mi señor en Ardea, con más que prisa.”
El mensajero espera, ella la entrega,
Encargando al agrio mozo volar tan rápido
Como las aves tardías antes de la tormenta. (1335)
A una velocidad más que veloz, ella la considera lenta.
Lo extremo siempre exige extremos.

El modesto sirviente hace una reverencia
Y, ruborizado ante ella con mirada inmóvil,
Recibe el papel sin un sí, sin un no, (1340)
Y se aleja con la timidez de la inocencia.
Pero aquellos que dentro del pecho llevan una culpa
Imaginan que cada ojo su pecado contempla:
Lucrecia pensó que él se sonrojó al ver su vergüenza,

Cuando, triste mozo, Dios lo sabe, fue por falta (1345)
De espíritu, de atrevimiento o audacia.
Tales indefensas criaturas en verdad respetan
Hablar por sus actos, mientras otros, descarados,
Prometen más velocidad, pero sin apuro.
Este modelo de los viejos buenos tiempos, en cambio, (1350)
Se empeña con miradas honestas, no con pesadas palabras.

El inflamado deber del criado inflamó su desconfianza,
Aquellos dos rojos fuegos de ambos iluminaron los rostros.
Ella pensó que él se sonrojaba por la lujuria de Tarquino
Y, enrojeciendo con él, lo miró con tristeza. (1355)
Su mirada seria aún más lo sorprendía.
Cuanto más veía la sangre llenar sus mejillas,
Tanto más pensaba que él sospechaba alguna mancha.

Siente que mucho tiempo transcurre hasta su regreso
Y sin embargo el obediente vasallo apenas se ha ido. (1360)
No logra entretener al fatigado tiempo
Y se han agotado el llanto, las quejas, los suspiros.
La pena ha fatigado a la pena, los gemidos, cansado a los gemidos.
Así ella detiene un instante sus querellas
Y en la pausa busca medios para penar de nuevas maneras. (1365)

Giovanni Battista Ghisi, Troyans repelling the greeks c 1538

Al fin recuerda el lugar donde cuelga un cuadro,
Hábil pintura, hecha para la Troya de Príamo.
Frente a ella aparece dibujado el poder de Grecia
Que viene a destruir la ciudad por el rapto de Helena
Y amenaza a Ilión, la que besa las nubes, con su acoso. (1370)
El envanecido pintor la trazó tan orgullosa
Que el cielo parecía inclinarse a besar sus torres.

A mil deplorables objetos allí,
Desdeñando a Natura, el arte dio vida sin vida.
Más de una gota seca semejaba una lágrima (1375)
Derramada por la esposa sobre el marido sacrificado.
La roja y humeante sangre mostraba el afán del pintor
Y los ojos agonizantes brillaban su luz ceniza
Como carbones quemados que en noches tediosas agonizan.

Allí puedes ver al trabajador mañanero (1380)
Empapado de sudor y todo sucio de polvo,
Y desde las torres de Troya asomar,
A través de cada tragaluz, los vivos ojos de los hombres
Que miraban a los griegos con escaso deseo.
Tan gentil cuidado se plasmó en esta obra (1385)
Que uno podía ver la tristeza de aquellos ojos, a lo lejos.

En los grandes líderes puedes observar
Gracia y majestad triunfando en sus rostros.
En los jóvenes, porte rápido y destreza
Y aquí y allá el pintor entrelaza (1390)
Pálidos cobardes marchando con paso tembloroso
Que tanto se parecen a habituales campesinos
Que, puedes jurar, se estremecen y tiemblan.

En Ajax y en Ulises, ¡Cuánto arte
En sus rasgos podía uno observar! (1395)
El rostro de cada uno mostraba el corazón de cada uno,
Sus rostros declaraban con precisión sus maneras:
En los ojos de Ajax la rabia y el rigor arrollan,
Pero el dulce aire que el astuto Ulises presta
Muestra mirada profunda y gobierno amigable. (1400)

Allí arengando puedes ver al grave Néstor
Que parece alentar a los griegos a la pelea,
Haciendo con su mano tan soberbios gestos
Que cautiva la atención, encanta la vista.
Al hablar, su barba, de un blanco plateado, parecía (1405)
Moverse arriba y abajo, y volando desde sus labios
Un aliento sinuoso y fino se elevaba hacia el cielo.

A su alrededor una multitud de rostros boquiabiertos
Parecía tragar su sabio consejo,
Todos muy juntos escuchando, pero con variados aires, (1410)
Como si alguna sirena encantara sus oídos.
Algunos son altos, algunos bajos, el pintor fue tan capaz
Que las cabezas de muchos, casi escondidas detrás,
Parecían saltar aún más alto, como un trampantojo.

Aquí la mano de un hombre empuja la cabeza de otro, (1415)
Su nariz sombreada por la oreja del vecino.
Aquí hay uno a quien una masa empuja hacia atrás, todo rojo,
Y aun otro, asfixiado, parece vomitar y jurar.
Y todos en su rabia tales signos de furia muestran
Que, de no ser por Néstor y sus doradas palabras, (1420)
Se enfrentarían con furiosas espadas.

Un gran trabajo de imaginación había allí,
Engañosa ilusión, tan amable, tan compacta,
Que para la imagen de Aquiles destacaba su espada
Asida por una mano armada. Él mismo, detrás (1425)
Permanecía escondido, excepto para el ojo del espíritu.
Una mano, un pie, un rostro, una pierna, una cabeza,
Bastaba para imaginar el todo.

Y desde los muros de la muy asediada Troya,
Cuando su brava esperanza, el valiente Héctor, baja al campo, (1430)
De pie muchas madres troyanas comparten la alegría
Al ver a sus jóvenes hijos empuñar armas brillantes.
Pero sus esperanzas ceden a una extraña actitud,
Suerte de pesada pena, que a través de la luminosa
Alegría como manchando el brillo, aparece. (1435)

Y desde la playa de Dardania, en donde combaten,
Hasta los bancos de juncos de Simois, corría roja la sangre.
Las olas buscaban imitar la batalla
Con crestas hinchadas, sus filas comenzaban
Rompiendo sobre la agreste costa, y entonces, (1440)
Retirándose de nuevo, reuniendo filas mayores,
Se unían y contra la ribera de Simois disparaban su espuma.

Hasta ésta bien ejecutada pieza llega Lucrecia
A encontrar un rostro en donde toda la angustia se encierre.
Muchos distingue tallados por alguna pena (1445)
Pero ninguno donde habitara toda la angustia y el dolor,
Hasta que contempla a la desolada Hécuba
Con sus viejos ojos clavados sobre las heridas de Príamo,
Que, bajo el orgulloso pie de Pirro, sangra.

En ella el pintor había resumido la ruina del tiempo, (1450)
El naufragio de la belleza y el reino de la siniestra angustia.
Grietas y arrugas visten sus mejillas,
De lo que ella fue no quedan semejanzas.
Su sangre azul cambiada al negro en cada vena,
Privada de la primavera que sustentó esos mínimos canales, (1455)
Mostraba la vida, confinada en un cuerpo muerto.

Sobre esta triste sombra Lucrecia agota sus ojos
Y modela su pena según el dolor de la matrona,
Que nada quiere responder, sino llantos y amargas
Palabras que maldigan a sus crueles contrarios. (1460)
El pintor no era dios para prestarle el habla,
Y entonces Lucrecia jura que la traicionó
Por no darle una lengua, y sí tanto dolor.

“Pobre instrumento”, exclama, “sin sonido.
Yo entonaré tus penas con mi llorosa lengua (1465)
Y sobre la herida pintada de Príamo verteré dulce bálsamo,
Y maldeciré a Pirro, que le ha causado este daño
Y con mis lágrimas apagaré a Troya que arde hace tanto,
Y con mi cuchillo rasgaré los ojos enojados
A todos los griegos, que son tus contrarios. (1470)

“Muéstrame la puta que comenzó este revuelo
Para que con mis uñas desgarre su belleza.
El calor de tu lujuria, enamorado Paris, provocó
Esta carga de ira que muestra la encendida Troya.
Tus ojos iniciaron el fuego que aquí arde, (1475)
Y aquí, en Troya, por el pecado de tus ojos
Mueren madres, hijas, padres e hijos.

“¿Por qué debe el placer privado de uno
Convertirse en plaga publica de tantos?
Que el pecado, cometido solo, ilumine solo (1480)
La cabeza del transgresor.
Que las almas libres de culpas se libren del culpable dolor.
Por la ofensa de uno, ¿por qué tantos deben caer
Y sufrir todos por un pecado privado?

“Mira, aquí llora Hécuba, aquí muere Príamo, (1485)
Aquí el valiente Héctor desmaya, aquí Troilo desfallece,
Aquí el amigo y el amigo yacen sobre charcos de sangre
Y el amigo al amigo castiga con heridas indiscretas,
Y estas muchas vidas destruye la lujuria de un hombre.
Si el buen Príamo hubiese controlado el deseo de su hijo (1490)
Troya brillaría con fama y no con fuego.”

Aquí, emocionada, ella llora las desdichas pintadas de Troya,
Porque la pena, como una pesada campana
Una vez puesta a sonar, por su propio peso continúa.
Luego poca fuerza requiere el doloroso toque. (1495)
Así Lucrecia, ya iniciada, tristes historias cuenta
Al reflexivo dibujo y a la coloreada pena.
Les presta palabras y, en préstamo, recibe miradas.

Ella pasea sus ojos sobre el lienzo pintado
Y lamenta a quien encuentra abandonado. (1500)
Por fin ve una miserable figura atada
Que a unos pastores frigios lanza piadosas miradas.
Su rostro, aun pleno de cuidados, parece contento.
Hacia Troya, con los cándidos pastores tan insignificante
va, que su paciencia parece desdeñar su castigo. (1505)

En él el pintor trabajó con su habilidad
Para esconder el engaño y darle un parecer inofensivo:
Andar humilde, mirada calma, ojos sufridos,
Para dar la bienvenida a la pena una frente clara,
Mejillas ni rojas ni pálidas, sino de tal forma mezcladas (1510)
Que el rojo iluminado en ellas no declaraba culpa,
Ni la pálida ceniza el temor de los corazones falsos.

Sino que, como un constante y consumado demonio
Mostraba un exterior al parecer tan honesto,
Detrás del cual refugiaba su secreta maldad, (1515)
Que los mismos celos no hubieran desconfiado
De la experticia del engaño y del perjurio, que lanzaban
Mal encaradas tormentas sobre un día tan brillante,
Manchando tan santas formas con pecados del infierno.

El muy hábil artesano trazó esta dulce imagen (1520)
De Sinón el perjuro, cuya encantadora historia
Al crédulo y anciano Príamo perdió más tarde.
Sus palabras, como salvaje fuego, quemarían la radiante gloria
De la lujosa Ilión, afligiendo a los cielos
Y removiendo de sus lugares fijos a las pequeñas estrellas (1525)
Al romperse el espejo donde sus semblantes contemplaban.

La pintura ella cuidadosamente examina
Y reprende al pintor por su maravillosa habilidad,
Diciendo que algo en las formas de Sinón, no es:
Tan hermosa forma no puede albergar tan enferma mente. (1530)
Y de nuevo ella mira, y mirando aún más,
Tales signos de lealtad en su rostro encuentra
Que concluye que la pintura miente.

«No puede ser», exclama, «que tal falsedad…», (ver soneto 145)
Ella habría dicho, «…pueda acechar en tal mirada», (1535)
Pero la imagen de Tarquino entretanto recuerda
Y, en su lengua, el «pueda acechar» en «no puede» convierte.
El «No puede ser», en aquel sentido retira,
Y todo cambia así: “No puede ser, me parece,
Pero ese rostro un espíritu perverso esconde. (1540)

“Pues tan sutil como Sinón está aquí pintado,
Moderado en su tristeza, tan fatigado y tan suave,
Como desfalleciendo por dolor o por trabajo,
Así hasta mí llegó Tarquino armado, engañando
Con un exterior honesto, pero ya envenenado (1545)
Con vicios internos. Como Príamo valoró a Sinón,
Así yo a Tarquino. Así mi Troya pereció.

“¡Mira, mira cómo Príamo humedece sus ojos
Al ver las lágrimas prestadas que Sinón derrama!
Príamo, ¿por qué siendo viejo aún no eres sensato? (1550)
Por cada lágrima que él derrama, sangra un troyano.
Sus ojos gotean fuego, agua no viene de ellos.
Esas perlas claras y redondas que despiertan tu piedad
Son bolas de inagotable fuego para quemar tu ciudad.

“Tales demonios roban efectos del apagado infierno, (1555)
Porque Sinón, en su fuego, tiembla de frío,
Y en ese frío habita fuego ardiente.
Estos contrarios tal unidad mantienen
Solo para adular a los tontos y hacerlos audaces.
Así la confianza de Príamo las falsas lágrimas de Sinón halagan (1560)
Y encuentran los medios para quemar su Troya con agua.”

Entonces, enfurecida, tal pasión la asalta
Que la paciencia abandona vencida su pecho,
Y desgarra al insensato Sinón con sus uñas
Comparándolo a aquel infeliz invitado (1565)
Por cuya acción ella a sí misma se detesta.
Por fin, sonriendo, se rinde:
“Tonta, tonta,” se dice, “no le duelen estas heridas”.

Así fluye y regresa la corriente de su pena
Y el tiempo agota al tiempo con su queja, (1570)
Busca la noche y, entonces, anhela la mañana,
Y ambas, siente, demasiado se quedan.
El tiempo aun corto parece largo si el dolor lo sustenta.
Aunque la pena pese, rara vez duerme,
Y los que velan ven cuán lento se arrastra su tiempo. (1575)

Todo este tiempo que ella con imágenes pintadas
Ha gastado, distrajo sus pensamientos,
Alejándose del sentimiento de sus propias penas
Al imaginar hondamente el daño ajeno,
Olvidando su dolor ante el contrariado espectáculo. (1580)
Calma a algunos, aunque nunca cure a ninguno,
Imaginar que su dolor otros lo han sufrido.

Andy Gotts, Tilda Swinton

Pero ahora el presto mensajero regresa
Trayendo al hogar a su señor y a otros,
Quienes de negro luto encuentran a Lucrecia, (1585)
Y alrededor de sus ojos, agotados por el llanto,
Círculos azules fluyen, como arcoíris en el cielo.
Estos arcos de hiel en su apagado aire
Predicen nuevas tormentas sobre las que ya han pasado.

Cuando esto el entristecido esposo observa (1590)
Asombrado indaga el triste rostro de ella.
Sus ojos, aun abrasados por las lágrimas, eran duros y rojos,
Su vivo color muerto por las mortales preocupaciones.
No tiene fuerzas para peguntar cómo estás.
Ambos están de pie, en trance, como viejos conocidos (1595)
Que se interrogan por la suerte del otro, lejos del hogar.

Al fin la toma por la mano vaciada de sangre
Y así comienza: “¿Qué enfermo y grosero evento
Ha caído sobre ti, que aún tiemblas?
Dulce amor, ¿Qué mal ha robado tu hermoso color? (1600)
¿Por qué estas así vestida de desgracia?
Desenmascara, querida querida, este pesado humor
Y dime tu pena, para que podamos remediarla.”

Tres veces, con suspiros, ella da señal de disparar a su pena
Antes de lograr descargar una sola palabra de dolor. (1605)
Al final, empujada a responder,
Se prepara modestamente a dejarle saber
Que su honor ha sido prisionero de su enemigo,
Mientras Colatino y sus señores
Esperan sus palabras con triste atención. (1610)

Y ahora este pálido cisne en su ahogado nido
Comienza el canto fúnebre de su certero final:
“Pocas palabras,” dice, “se ajustan mejor al crimen
Que ninguna excusa puede enmendar.
En mí, más dolores que palabras cuentan ahora, (1615)
Y demasiado largos serían mis lamentos
Para decirlos todos con una pobre fatigada lengua.

“Entonces, sea esto todo lo que tengo para decir:
Amado esposo, interesado en tu cama
Vino un extraño y yació sobre esa almohada en donde (1620)
Tú no estabas para descansar tu fatigada cabeza,
Y el resto del mal que se pueda imaginar
Por grosera imposición fue hecho sobre mí,
Por lo que, desgraciada, no es libre tu Lucrecia.

“Porque en la terrible quietud de la oscura (1625)
Medianoche, con brillante espada y luz en llamas,
Vino a mi habitación una criatura rastrera
Y quedamente me dijo: “Dama romana, despierta,
Y acepta mi amor, o si no, duradera vergüenza
Sobre ti y los tuyos provocaré esta noche, (1630)
Si contradices mi deseo de amor.

“A algún siervo muy favorecido por ti,” agrega,
“A menos que unas tu agrado con mi deseo,
Asesinaré, y después de matarte a ti juraré
Que los he encontrado cuando cumplían (1635)
El repugnante acto, y que asesiné
A los fornicadores en acción. Este acto será
Mi fama y tu perpetua infamia.”

“En esto alterada comencé a llorar
Y entonces contra mi corazón puso su espada, (1640)
Jurando que, a menos que tomara todo con paciencia,
No viviría yo para decir otra palabra.
Así mi vergüenza quedaría registrada
Y la poderosa Roma nunca olvidaría
La adúltera muerte de Lucrecia y su criado. (1645)

“Mi enemigo era fuerte, mi pobre yo, débil,
Y aún más débil con mi fuerte temor.
Mi sangriento juez prohibió hablar a mi lengua,
Ningún alegato legítimo podía alegar justicia.
Su roja lujuria llegó a jurar (1650)
Que mi pobre belleza robó sus ojos
Y cuando se roba al juez, muere el preso.

“Oh, enséñame a hacer mi propia excusa,
O, al menos, permíteme encontrar este refugio:
Que, aunque mi grosera sangre fue ultrajada por este abuso, (1655)
Inmaculado y sin mancha permanece mi espíritu.
Nunca forzado, jamás se inclinó
Ante segundos resultados, sino que aún puro
Resiste en su encierro envenenado.”

Mira, ahora la desamparada mercader de esta pérdida, (1660)
Inclinada la cabeza y ahogada la voz por la pena,
Tristes los ojos y en cruz los dolorosos brazos
Comienza a soplar desde sus labios de pálida cera
El dolor, que retarda su respuesta.
Pero, miserable como es, en vano lucha: (1665)
Lo que exhala su aliento, su aliento lo inhala de nuevo.

Así como la violenta corriente ruge al pasar bajo un puente
Y entonces se esconde del ojo que contempla su prisa,
Se arremolina y rebota con orgullo
Directo contra la fuerza que la impulsa, (1670)
Furiosamente parte y furiosa hacia atrás regresa,
Así los suspiros y penas de Colatino, como una sierra,
Empujan al dolor y al mismo dolor lo regresan.

The Mermaid Tavern, Arrest of conspirators

Ella atiende muda a la aflicción del marido,
Al despertar de su tardío frenesí: (1675)
“Querido señor, tu pena presta a mi pena
Nuevo poder. Ningún cauce por la lluvia se detiene.
Tu cólera hace intolerable mi dolor,
Más doloroso el sentimiento. Suficiente sea
Para ahogar una pena, un par de ojos que lloran. (1680)

“Y por mí, por la que tanto te encantó,
La que fue tu Lucrecia, ahora atiéndeme:
Toma enseguida venganza de mi enemigo,
Tuyo, mío, de sí mismo. Piensa que me defiendes
De lo que ya es pasado. La ayuda que debes prestarme (1685)
Llega demasiado tarde, aun muerto el traidor.
La justicia, cuando es escasa, alimenta la maldad.

“Pero, antes de que yo lo nombre, nobles señores,” dice ella,
Hablando a aquellos que han venido con Colatino,
“Quede empeñada a mí la honorable palabra (1690)
De, tras una búsqueda rápida, vengar este mal mío,
Porque es meritorio y bello designio
Cazar la injusticia con armas vengadoras.
Los caballeros, bajo juramento, repararán el daño a las damas.”

A esta petición, con noble disposición (1695)
Promete ayuda cada señor presente
Siguiendo las leyes de la caballería,
Ansiosos de escuchar sobre el odioso enemigo.
Pero ella, que aún no completa su triste tarea,
Detiene su protesta: “Oh, respondan,” exclama ella, (1700)
“¿Cómo se puede limpiar de mí esta forzada mancha?

“¿Cuál es la naturaleza de mi ofensa,
Siendo obligada bajo terribles circunstancias?
¿Puede mi puro espíritu dispensarse del acto impuro,
Mi muy rebajado honor levantarse? (1705)
¿Puede alguna palabra absolver mi suerte?
La fuente envenenada se aclara a sí misma,
¿Por qué no yo de esta mancha obligada?

En esto todos, a la vez, comienzan a decir
Que su espíritu sin mancha aclara las manchas de su cuerpo, (1710)
Mientras ella sonriendo sin alegría voltea su rostro,
Ese mapa cargado de profunda pena
Tallado con lágrimas por la severa fortuna.
“No, no,” exclama, “en adelante ninguna dama
Me usará de excusa para dar excusas.” (1715)

Entonces con un suspiro, como si su corazón se rompiera,
Arroja el nombre de Tarquino: “Él, él…” dice,
Pero su pobre lengua no puede decir más que “él”,
Hasta que después de muchas tardanzas y acentos,
Prematuros respiros, ensayos ansiosos y cortos, (1720)
Exclama: “Él, él, señores, es él
Quien guía a esta mano a darme esta herida.”

Y diciendo esto encaja en su inocente pecho
Un cuchillo que, a su vez, desencaja su alma.
El golpe la rescata del profundo malestar (1725)
De la contaminada prisión en donde respiraba.
Sus dolidos suspiros hacia las nubes llevan
Su alado espíritu, y a través de su herida vuela
El último lapso de vida de un inevitable destino.

Lavinia Fontana, Allegory of prudence c. 1590

Como piedras, asombrados por este acto mortal, (1730)
Quedan Colatino y todo su grupo,
Hasta que el padre de Lucrecia, que la ve sangrar,
Él mismo sobre su cuerpo sacrificado se arroja,
Y de la fuente purpura Bruto retira
El cuchillo asesino, y, cuando este deja el lugar, (1735)
Su sangre, pobre vengadora, lo persigue,

Y como burbujas desde su pecho se divide
En dos lentas corrientes de sangre carmesí
Rodeando su cuerpo por ambos lados,
Que como una isla recién saqueada se mantiene (1740)
Desnuda y despoblada bajo terrible inundación.
Parte de esta sangre permanece roja y pura,
Y parte se torna negra, la dañada por el falso Tarquino.

Sobre el rostro en duelo y coagulado
De esa negra sangre, hay un círculo acuoso (1745)
Que parece llorar sobre el lugar envenenado.
Y es desde entonces que, como llorando por Lucrecia,
La sangre corrupta muestra partes acuosas
Y la sangre sin mancha permanece roja,
Ruborizada por aquella tan putrefacta. (1750)

“Hija, querida hija,” exclama el viejo Lucrecio,
“Esa vida que privaste era la mía.
Si en el hijo la imagen del padre reposa,
¿En dónde viviré ahora yo con Lucrecia sin vida?
No fue para este final que de mí viniste. (1755)
Si los hijos preceden a los progenitores,
Somos sus retoños y ellos, de nosotros, nada.

“Pobre resquebrado espejo, a menudo he observado
En tu dulce semblante renacida mi vejez,
Pero ahora este bello cristal, apagado y viejo, (1760)
Me muestra una muerte desnuda en sus huesos.
Oh, arrancaste mi imagen de tus mejillas
Y deshecho toda la belleza de mi espejo,
Para que no pueda yo ver lo que fui una vez.

“ !Oh Tiempo, detén tu curso y tu duración (1765)
Si por ellos lo que debe sobrevivir cesa de ser!
¿Conquistará la muerte putrefacta al más fuerte
Dejando con vida a las almas débiles?
Las abejas viejas mueren, las jóvenes poseen la colmena.
Entonces, vive, dulce Lucrecia, vive de nuevo y mira (1770)
A tu padre morir, y no tu padre a ti.”

En esto Colatino vuelve como desde un sueño
Y pide a Lucrecio lugar para su pena,
Y entonces en el frío manantial de sangre de Lucrecia
Cae y de pálido miedo baña su rostro (1775)
Y parece morir con ella por un momento,
Hasta que la vergüenza le ordena sostener el aliento
Y vivir para vengar su muerte.

La aflicción profunda de su íntima alma
Ha impuesto un mudo arresto a su lengua, (1780)
Que, loca por la pena que la controla,
Por un tiempo de las palabras se mantiene lejos.
Comienza a hablar, pero entonces en sus labios se agolpan
Débiles las frases que, tan copiosas vienen en su ayuda,
Que ningún hombre podría distinguir lo que ha dicho. (1785)

Aún, de vez en cuando, “Tarquino” se escucha con claridad,
Pero entre dientes, como si el nombre rasgara.
Esta ventosa tempestad, hasta que estalló la lluvia,
Contuvo la marea de su dolor para hacerla mayor.
Al fin llueve y amainan los atareados vientos. (1790)
Entonces padre e hijo lloran con igual furia,
A quien más, por la esposa, por la hija.

El uno la llama suya, el otro suya,
Aunque ninguno puede poseer lo que reclama.
El padre dice, “Ella es mía.” “Oh, es mía,” (1795)
Responde el esposo, “No me arrebates
El interés de mi pena. Que ningún doliente diga
Que llora por ella, porque ella es solo mía
Y solo Colatino debe penar por ella.”

“Oh,” exclama Lucrecio, “Yo di esa vida (1800)
Que ella, demasiado pronto y demasiado tarde, derramó.”
“Dolor, dolor,” exclama Colatino, “era mi esposa.
Era mía, y mío es lo que ha matado.”
“Mi hija” y “mi esposa” como un clamor llenaban
El aire disperso que, dueño de la vida de Lucrecia, (1805)
Respondía a sus quejas, “mi hija” y “mi esposa.”

John Taylor, William Shakespeare Chandos portrait 1651

Bruto, quien había retirado del costado de Lucrecia el cuchillo,
Viendo tal competencia de dolores
Comienza a revestir su ingenio de dignidad y orgullo,
Sepultando en la herida de Lucrecia su aparente necedad. (1810)
Él por los romanos era estimado
Como aquellos sarcásticos bufones lo son por los reyes,
Por sus palabras divertidas y sus tonterías.

Pero ahora tira a un lado ese hábito superficial
Bajo el cual disimula una sabiduría profunda (1815)
Y arma adrede su ingenio escondido tanto tiempo
Para controlar las lágrimas de Colatino:
“Tú, ultrajado señor de Roma,” le dice, “¡levántate!
Deja a este ser vacío, supuestamente tonto,
Ahora, llevar a tu gran experiencia a la escuela. (1820)

“Es que, Colatino, ¿acaso el dolor cura el dolor?
¿Las heridas ayudan a las heridas, o la pena auxilia a la pena?
¿Es venganza golpearte a ti mismo
Por el acto infame de quien hizo sangrar a tu mujer?
Tal humor infantil procede de mentes débiles. (1825)
Tu miserable esposa confundió el asunto
Matándose a sí misma, debiendo asesinar a su enemigo.

“Valiente romano, no ahogues tu corazón
En tan incesante rocío de lamentos,
Sino que, arrodillado conmigo, asume tu parte (1830)
Para invocar a nuestros dioses romanos,
Que ellos también sufran por estas abominaciones.
Puesto que la propia Roma en ellas se deshonra
Que nuestros fuertes brazos de sus calles las lancen fuera.

“Ahora, por el Capitolio, que adoramos, (1835)
Y por esta casta sangre tan injustamente ultrajada,
Por el hermoso sol del cielo que nutre los frutos de la tierra,
Por todos los derechos de nuestra patria Roma
Y por el alma de la casta Lucrecia que hace nada lloraba
Sus penas, y por este sangriento puñal, (1840)
Venguemos la muerte de esta fiel esposa.”

Dicho esto, golpea con su mano su pecho
Y besa el fatal cuchillo para completar su juramento,
Y en su protesta urge al resto,
Quienes, admirados ante él, aprueban sus palabras. (1845)
Luego, juntos, al suelo doblan sus rodillas,
Y ese profundo voto que Bruto hizo antes
Él de nuevo repite, y todos juran eso.

Cuando hubieron jurado esta compartida condena
Deciden tomar el cuerpo de Lucrecia de allí (1850)
Para en sangre mostrarlo a toda Roma,
Y así hacer conocer la terrible ofensa de Tarquino.
Esto se hizo con veloz diligencia.
Los romanos entonces por aclamación consintieron
Condenar a los Tarquino a destierro eterno. (1855)

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